Al contrario de lo que ocurría y ocurre con la soldadesca, a los marineros se les permitía llevar el cabello largo, eso sí, recogido, hasta que llegó a España el rey José Napoleón I –Pepe Botella–, impuesto por su hermano, el emperador Napoleón Bonaparte. En su afán por higienizar y modernizar aquella sociedad atrasada, inculta y clerical, obligó a la marinería a cortarse el pelo. Por cuestión de higiene. Aunque a los piojos nunca les ha importado el salitre.

Dicen que las protestas que se originaron, argumentando que llevar el pelo largo entre los de su clase era por razones de seguridad porque permitía izar con más facilidad a los náufragos, obligaron, en el último momento, a retirar la regia disposición, quedando únicamente para la posteridad y como una frase hecha: salvado por los pelos. Como ignoro el rigor histórico de la anécdota, parece oportuno añadir el adagio italiano: Y se non è vero, è ben trovato.

Sansón

La fuerza de Sansón, el nazireo, radicaba en sus cabellos (Jueces, 13-16). Había pelos que arrastraban más que una maroma de barco, hoy desaparecidos por la depilación brasileña o que la responsabilidad de una dana.

Utilidades

Los mamíferos somos los únicos que tenemos pelo, bueno, a excepción del ornitorrinco, que es un bicho raro que habita en Australia y Tasmania. Lo utilizamos, entre otras cosas, para aislarnos del calor y del frío y lo hacemos, mejor, lo hacen, de manera automática. Con el frío se levanta, envolviendo a la piel en una cámara de aire que hace de cubierta aislante. De ahí que esa moda absurda de vestir a los perritos en invierno, sea otra forma de maltrato animal, entre los que humanizan las mascotas.

En algunos casos, sirve para ocultarse de los depredadores a sus potenciales víctimas, por efectos miméticos con el medio en el que se desenvuelven. Para proteger zonas sensibles –ojos, nariz– del polvo, sudor o indeseadas visitas de insectos, para enviar mensajes sensoriales a nuestro cerebro, los bigotes de los felinos o a otros individuos, de emociones de miedo, ira o sumisión en los carnívoros. Otros pelos duros de algunas especies les protegen de los pinchos de las zarzas y bosque bajo en el que habitan. Los jabalíes, por ejemplo.

En los humanos, estas funciones son ya vestigiales, pero todavía hay situaciones en las que “se nos ponen los pelos de punta”.

Pelos

El pelo del caballo –excepto cola y crines– cambia dos veces al año. Y con el ganado vacuno pasa lo mismo, es estacional. Mudan en primavera y otoño, salvo que se alojen durante todo el año bajo techo que, entonces, no lo hacen. Por eso, según en qué época, se les advierte “el pelo de la dehesa”, como le ocurre a tanto ágrafo que no ha conseguido desprenderse del todo de la rusticidad o tosquedad de los modales que tiene por su crianza y que, en ocasiones, para llegar a la posición pública que ocupa ha tenido que “dejar muchos pelos en la gatera”.

Capa

Es el color del animal, en el que influyen el pelo y la piel. Además, el mismo color tiene diferente denominación según la especie, equino o vacuno. Así, el caballo blanco de Santiago sería técnicamente tordo y, si fuera un toro, ensabanado. Los caballos de los indios de las películas eran blancos y con manchas negras o naranjas, nunca pintos, sino píos y, si fueran vacunos, serían berrendos en negro o colorado. A su vez, cada color tiene sus matices.

En el color del pelo –y de los ojos– influyen combinaciones genéticas, relativamente fáciles de planificar para un genetista que “no tenga un pelo de tonto”, porque todas las capas se producen por la combinación de estos tres colores: rojo por el pigmento feomelanina; negro por la eumelanina, y blanco por la falta de pigmentos o encanecimiento prematuro.

Isabela

El color isabela o palomino en los équidos es una capa de color amarillento, o dorado con la cola, crin y tupé de color blanco. Debe su nombre a la infanta Isabel Clara Eugenia de Austria, hija de Felipe II, casada con el archiduque Alberto de Austria. Esta joven y, por lo que veremos un tanto guarrilla, acompañó a su esposo en sus guerras contra los holandeses en su principesca condición de reposo del guerrero. Teniendo sitiada la ciudad de Ostende, dicen sus hagiógrafos, hizo voto de no mudarse de ropa blanca hasta haber tomado la plaza. La ciudad resistió tres años y la ropa interior de la princesa tomó un color leonado, asaz erótico para la época, que dio origen al color llamado Isabela. Leyenda que erróneamente, unos pocos, atribuyen a la reina Isabel la Católica durante el asedio de Granada. Del olor que despedía la egregia damisela no hay referencias. Seguramente, porque no destacaría en el ambiente.

La lana

Los óvidos y los camélidos tienen un pelo aprovechable, al que denominamos lana, y que, hasta la aparición de las fibras artificiales, supuso una importante fuente de ingresos para los ganaderos mesteños –de la Mesta–, que criaban ovejas merinas, y para el erario público. La finura de esos pelos o lanas depende, amén del grosor, forma y elasticidad de la fibra, de una sustancia cérea, producida por las glándulas sebáceas, que se denomina lanolina, que impermeabiliza el pelo y le confiere suavidad. Las manos de los pastores, a pesar de la rusticidad que caracteriza a su oficio, son muy finas al tacto.

Astracán

Un pelo de especial suavidad es el astracán, obtenido de corderos negros recién nacidos o nonatos de la raza ovina karakul. Los abrigos de astracán estuvieron de moda en la España negra de los 50 y los lucían las señoras del bando vencedor. El Ministerio de Agricultura introdujo esa raza en España y en Valdepeñas existió una granja experimental para enseñar a los ganaderos la explotación y manejo de ese tipo de oveja.

Por último, y como anécdota, todos los felinos con pelos de tres colores son hembras. No es brujería, es genética. El color naranja está asociado al cromosoma X.

Hoy domingo

Espárragos de Olite. Confit de pato con patatas panadera. Fresas. Tinto Amaren. Agua del Añarbe. Café y petit fours.