MÁS allá de las imputaciones concretas a las que se enfrenta Josu Urrutikoetxea, o Josu Ternera, en el Tribunal Correccional de París y por las que la Fiscalía francesa le pide cinco años de cárcel, el que fuera dirigente de ETA argumentó y precisó ayer algunas cuestiones de sumo interés, en algún caso contradictorias. La primera, que la lucha armada, el uso de las armas, arrancó "en la época fascista" de Franco y que "nunca fue un fin en sí, pero desgraciadamente causó víctimas irreversibles". "Eso no tendría que haber ocurrido", añadió. Bueno, eso está bastante cerca del "matar siempre estuvo mal" que tanto cuesta articular aún a la izquierda abertzale. Además, afirmó que el fin de la violencia "llegó demasiado tarde". Es verdad, aunque tampoco es una afirmación de gran mérito a estas alturas. Insistió -no sabemos hasta qué punto dentro de su estrategia de defensa- que él se fue de ETA en septiembre de 2006 por eso, porque no estaba de acuerdo con la línea que llevaba la banda. Pero no dijo que en 1998 fue elegido parlamentario vasco por Euskal Herritarrok y formó parte nada menos que de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento. O sea, que si dejó la organización en 2006 (ocho años después), es obvio que obtuvo y ocupó el escaño y su puesto en la Comisión siendo de ETA. Luego, al parecer, en 2011 fue a Oslo a negociar con el Gobierno español, pero no en nombre de ETA sino como izquierda abertzale. Y más curioso aún: no siendo ya de ETA, leyó el comunicado de disolución de la organización en mayo de 2018. Por último, aseguró que fue la "dimensión ética" de la "espiral de violencia" la que le llevó a implicarse en la "resolución del conflicto". Si es así, les lleva década y media -solo, pero algo es algo- a algunos que aún no han olido siquiera lo de la visión ética del asunto. Un totum revolutum que denota una doble personalidad política: la de Urrutikoetxea y la de Ternera.