ntes de que en Europa fuéramos conscientes de la magnitud y de la dimensión de la pandemia del covid, el ecosistema biomédico mundial se puso a trabajar contrarreloj en la búsqueda de una vacuna en el menor tiempo posible, con el concurso de grandes cantidades de dinero público. Desde que el 31 de diciembre de 2019 se conocieran los primeros casos de infección en China, solo pasaron once días hasta que se conoció parte de la secuencia del genoma del nuevo coronavirus, y solo un mes después, el 7 de febrero, se completaba el primer prototipo de vacuna para uso humano en ensayos clínicos. Once meses después, el 8 de diciembre de 2020, la ciudadana británica Margaret Keenan recibió en un hospital de Coventry la primera vacuna ya regulada y apta para su inoculación. Nunca antes se había logrado desarrollar una vacuna en un plazo de tiempo tan corto.

Muy rápidamente también se abrieron paso dos convicciones muy claras: la primera, que nos encontrábamos ante una pandemia de carácter global, la primera de la historia, frente a la cual nadie va a estar a salvo si todo el mundo no está a salvo, y de manera simultánea o casi simultánea; y la segunda, que las vacunas y, por lo tanto, la vacunación en todo el planeta, eran la única solución para enfrentarse al shock humano, sanitario, político, económico y social provocado por el covid.

Con estas premisas, ya en abril de 2020 la OMS, la Comisión Europea y el Gobierno francés lanzaron la iniciativa del Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19 Covax, que hoy engloba a unos 190 países y cuyo objetivo es garantizar un acceso urgente, justo y equitativo de las vacunas para todos los países del mundo, basándose en la solidaridad multilateral mediante donaciones masivas a los países más necesitados.

En este contexto, el debate sobre la posible y/o necesaria liberalización temporal de las patentes lleva meses sobre la mesa. Existen opiniones en favor y en contra de la liberalización temporal y puntual de las patentes, en un debate que, reconozcámoslo, es muy complejo.

Los favorables a esta iniciativa aducen que con ello se podría aumentar el proceso de producción de vacunas y, consiguientemente, se conseguiría acelerar la vacunación en todo el mundo, incluidos, evidentemente, los países menos desarrollados. Algo que es urgente, para evitar, entre otras cosas, que aparezcan variantes del virus más peligrosas y agresivas. Los detractores de esta medida señalan que es un proceso largo, que no respondería a la urgencia de las necesidades actuales de vacunación, que no es tan fácil fabricar vacunas de ARN mensajero porque eso exige conocimiento, experiencia e infraestructura, y porque, además, tal medida frenaría en seco los procesos de innovación, algo que sería muy negativo para hacer frente a potenciales nuevas pandemias que, por cierto, ya se nos anuncian.

Es necesario el levantamiento temporal y puntual de las patentes de propiedad intelectual de las vacunas, como un posible medio para acelerar la producción diversificada de las vacunas en todo el mundo, al objeto de proceder a la más rápida y extensa vacunación en todo el planeta. Para todo ello, hace falta voluntad, generosidad y guardar determinados equilibrios que no lesionen la innovación en el ámbito del sector empresarial biomédico e, igualmente, sin descartar medidas adicionales efectivas a asumir de manera inmediata como los acuerdos de transferencia de conocimiento y tecnología, los acuerdos voluntarios, la activación de las capacidades latentes en distintos países y la variación del esquema de las compras públicas.

La gravedad de la situación y las malas perspectivas de la donación de vacunas a los países en desarrollo en un tiempo adecuado exige explorar seriamente la vía de la liberalización. Ver seriamente si levantar temporal y puntualmente las patentes puede ayudar a ese objetivo de manera eficaz y pragmática.

Además, esta medida debería constituir un primer paso para adaptar el modelo de innovación y desarrollo del sector biomédico, que dé lugar a un Tratado internacional sobre la prevención y preparación ante pandemias, en consonancia con el objeto número 3 Salud y Bienestar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.

Hay que repensar si las empresas obtienen unos beneficios desproporcionados gracias a la financiación pública que limita la competencia y encontrar un modo de incentivarlas para que pongan su valor al servicio de un sistema más justo e inteligente. Hay que repensar si a las empresas, a cambio de la colaboración pública, solo les podemos exigir unos buenos productos, efectivos y seguros, o algo más.

Adicionalmente, hay que potenciar decididamente el mecanismo Covax de donación gratuita de vacunas a los países en vías de desarrollo. Porque lo cierto es que no estamos vacunando al ritmo que necesita el mundo para controlar la pandemia de manera definitiva. Hasta ahora, el mecanismo ha distribuido escasos 70 millones de vacunas, cuando el compromiso se elevaba a al menos 170 millones de vacunas para estas mismas fechas, con el objetivo de inmunizar de manera equitativa al 20% de la población mundial para finales de 2021. Cuando en pocos días los líderes del G-7 se reúnan en el Reino Unido, el retraso será de casi 190 millones de dosis. Covax no está suficientemente abastecido y necesita una donación masiva de vacunas.

El mundo precisa de 15.000 millones de dosis para acabar en todo el planeta con la amenaza del covid. Se calcula que al ritmo que llevamos, y si no hay más retrasos, dicho objetivo se alcanzaría en un plazo de cuatro años. Demasiado tarde, porque el nivel mundial de nuevos casos es más alto que nunca. Y es necesario actuar ya para poner fin a la pérdida de vidas humanas y a la crisis económica causadas por la pandemia.

El FMI hizo pública el pasado 21 de mayo una propuesta destinada a poner fin a la pandemia del covid en unos plazos razonables y razonados, que los países más ricos del mundo deberían atender. Este organismo afirma que si se cumplieran sus propuestas se lograría vacunar por lo menos al 40% de la población de todos los países para finales de 2021 y al 60% para el primer semestre de 2022.

Para ello, el FMI pide una financiación inmediata, donaciones urgentes de vacunas y una inversión de 50.000 millones de dólares. Porque, si bien salvar vidas y medios de vida es algo que no necesitaría de justificación, un final anticipado de la pandemia podría inyectar el equivalente a 9 billones de dólares en la economía mundial para 2025 gracias a la reanudación acelerada de la actividad económica.

Ni que decir tiene que la geopolítica de las vacunas se ha convertido también en la principal estrategia de seguridad global. Tener la vacuna fue, desde el primer momento, el objetivo geopolítico primordial de todas las potencias. Porque no solo da ventaja geoestratégica, sino también prestigio internacional, en un momento de liderazgos inciertos. Hay quien concede a las vacunas la misma importancia que en su día tuvieron las armas nucleares. Porque si el covid se convierte en estacional, este puede ser el comienzo de nuevas relaciones estratégicas convirtiendo a la salud global en un área destinada a definir la seguridad mundial y, con ella, las nuevas alianzas en el tablero global.

Estemos atentos, porque hay actores globales, como China o Rusia, que están utilizando las vacunas como un nuevo elemento para reafirmar su poder y ampliar sus zonas de influencia en África, América Latina, el sureste asiático o el este de Europa. Están dedicando a este objetivo todo su potencial de inteligencia científica, logística, económica y política. Están considerando a las vacunas como un elemento más del gran juego de poder.

Y, sin embargo, desde Euskadi y desde el conjunto de la UE debemos seguir manteniendo que la salida de la pandemia debe ser colectiva y multilateral. Debemos seguir defendiendo una vacunación accesible, equitativa, justa y eficaz para evitar el uso o mal uso de algunos para ganar poder, influencia y dominación. Debemos creer y promover a escala multilateral que la salud es un bien público global. Que la salud, en definitiva, es un derecho humano. Senador de EAJ/PNV