o me acogen tan generosamente en estas páginas para que escriba banalidades, y hay ocasiones en las que puede ser especialmente incómodo defender el convencimiento ante el convencionalismo. Pero es lo que hay que hacer, salvo que se quiera acabar estabulado en la inanidad. Me dispongo a defender el sistema de patentes, especialmente para los medicamentos y vacunas, sabiendo que está ubicuamente instalado ese pueril maniqueísmo que propaga el relato de que los que generan riqueza son malos, porque lo hacen en contra de los intereses de una gran mayoría, y mucho más si hablamos de salud.

Durante estos pasados días, parlamentos como el de Navarra o el de Valencia, o ayuntamientos tal que el de Zaragoza o el de Puertollano, andan aprobando mociones en las que piden liberar el sistema de patentes para "hacer más accesible la vacuna frente al Covid-19". Ocasión propicia para que cuadrillas de ignorantes hablen de un asunto del que no tienen ni idea, pero que tampoco parece importarles cuando se trata de contar a la gente historias que gusten ser oídas. En general, una patente es un sistema que permite que quien haya invertido en obtener una innovación pueda recuperar esa inversión caso de que obtenga éxito -que no siempre ocurre- y caso de que haya un mercado que se lo reconozca -que tampoco es seguro-. Es de suponer que a cualquiera de los que han votado estas gilimociones les gustaría que en su banco les dieran unos intereses por sus ahorros, o que les apliquen un descuento si compran un producto por pares en el supermercado. Pero no les parece tan bien que otras personas, cualquier accionista anónimo, arriesguen su dinero en una empresa dedicada a descubrir cosas nuevas, y cuenten con la posibilidad de obtener un beneficio por asumir ese riesgo. Este principio, aplicado al sector farmacéutico, significaría que si no hubiera patentes, ninguna empresa se arriesgaría a desarrollar fármacos o vacunas novedosas, porque sería literalmente tirar el dinero.

Además de este principio general, lo que está pasando en el tema de la vacuna frente al Covid tiene algo más de complejidad que la que pueden llegar a captar esos que se ponen tan estupendos con el asunto. Por comenzar por algo, ni siquiera intentan entender qué es realmente lo que hay detrás de un vial de los que se pinchan estos días. Para fabricar una sola dosis de una de las de mRNA (Moderna o Pfizer) hacen falta cerca de 280 productos diferentes, que se producen en 19 países distintos, muchos de ellos sometidos a sus propias patentes en muy distintas jurisdicciones, que se conjugan en un proceso biotecnológico único. Verbigracia, extraer fragmentos genéticos de un banco celular maestro (que ha de conservarse adecuadamente), crear los plásmidos, integrarlos en bacterias, cultivar esas bacterias en biorreactores con nutrientes especiales, fermentar el caldo bacteriano, romper las bacterias y recolectar los plásmidos, purificarlos, cortarlos mediante tijeras enzimáticas, trascribirlos a mRNA, linealizarlos, purificarlos de nuevo, congelarlos, envasarlos y prepararlos para su conjunción con la cápsula de lipoproteínas que actuará de vehículo dentro de nuestro organismo, la cual exige a su vez un proceso de elaboración no menos complejo. Para, finalmente, ensamblarlo todo y meterlo en viales, que también están hechos de un vidrio especial. Y luego llega la parte logística, no menos complicada, para la que se necesitan cajas específicas con control de temperatura y rastreo por GPS. De verdad, ¿alguien cree que todo esto se puede poner en marcha simplemente "liberando la patente", como nos están contando estos cantamañanas? Ni una vacuna consiste en una sola patente, ni aunque todas las patentes fueran de dominio común habría instalaciones en las que poder desarrollar el proceso. Porque todas las que lo pueden hacer ya están trabajando a pleno ritmo, y el problema por el que no tenemos más dosis es de complejidad de la producción, no de codicia de las farmacéuticas. Algunas de ellas empezaron a fabricar millones de dosis antes de terminar los ensayos, asumiendo el riesgo de que si no obtenían buenos resultados perderían toda su inversión. La más cara de las vacunas, que puede salvar una vida, cuesta poco más que un menú del McDonald's. En un año, el valor bursátil de Pfizer ha aumentado un 12,25%, el de Johnson & Johnson un 13,32%, y el de AstraZeneca ha bajado un 11,16%. En el mismo periodo, Apple ha subido un 67,95%, Google un 69,90% y Amazon un 38,33%. De todos ellos, no tengo dudas de quiénes nos están salvando de la calamidad.