o se puede decir que las elecciones en Madrid hayan cogido por sorpresa a los partidos, por la sencilla razón de que en la capital siempre es campaña. La resonancia que tienen los asuntos generales en el nivel autonómico es inmediata y directa, propia del distrito federal que se quiere ser. Los carteles de Vox utilizan como fondo un color verde inequívocamente militar, acorde con sus lemas "Protege Madrid", "Sal a defenderte" y "Vota seguro". No se les podrá achacar que esconden su perfil ni que contemporizan. Monasterio tiene la mayor rotundidad dialéctica de todos los candidatos, y le gusta el desafío cuando le ponen delante a una entrevistadora, pongamos que López de TVE, de esas que se quieren pavonear desde la inconsistencia. En la izquierda, Más Madrid ha encontrado en Mónica su eslogan. El sobre que llega a casa viene con su cara en el exterior. Lo abres y te encuentras una carta firmada por ella. Luego, una dirección de internet "por si quieres conocer más de Mónica". Mónica, Mónica, Mónica y Mónica. Eso es lo que hace un partido que se dice colectivista, participativo y transversal. Medran en esa neoprogrez urbanita con pretensiones ecológicas, tantos como creen que estamos en deuda con el mundo por haber creado una ciudad para vivir. Como propuesta política, tienen el aderezo de novedad que les augura unos años de pujanza. Los próximos meses se los van a pasar mirando a Alemania, buscando maneras de copiar lo que puedan de los Grünen, los verdes de allá, que van camino de la cancillería. Es lo contrario de lo que le está pasando a Pablo Iglesias. Si hace unos años eclosionó Podemos fue porque alojó en su perímetro a esas clases medias insatisfechas, mucho funcionariado y mucho desengañado creído de que su infortunio era culpa de otros, el "yo lo valgo, pero no me lo reconocen". Hoy ese estrato está espantado por ver que el podemismo ha devenido en una corte para-conyugal, bajo fielato al líder, a su vez convertido en un polichinela que interpreta su propio personaje. Se pone intensito cuando habla, frunce el ceño para aparentar contricción, y se ríe de todos apareciendo en el debate saliendo de un taxi y abandonándolo en coche oficial con esbirros que le abren la puerta camino del chalé. Los palmeros que le quedan ya no son los que antaño creyeron abrazar el revulsivo que se necesitaba, sino unos pocos aturdidos que se reivindican a sí mismos en la penuria. Aunque pasen el 5% y consigan una decena de escaños la volatilización de Podemos avanza inexorable en la Villa y Corte y mucho más allá. El candidato de Ciudadanos hace lo que puede. Los carteles que han colgado de las farolas con su cara apelan al voto "del centro". Eso del centro suena a los estertores del CDS, otro partido que creyó ser la última Coca Cola del desierto y termino vaporizado en la arena. Con la gente pensando en la pavorosa crisis y en las cosas del comer, llega uno y dice que es de centro. Extraparlamentario seguro, aunque Inés seguirá creyendo que aún podrá especular un poco más con los escaños que todavía tiene en San Jerónimo.

Ayuso es como un operario que tienen una furgoneta llena de herramientas, pero que se sube a la obra sólo con un par de instrumentos bien escogidos. Para qué montar una campaña teorizando sobre modelos educativos, reformas sanitarias, horizontes financieros planes de infraestructuras o propuestas culturales. Basta apelar a algo que todos percibimos en la epidermis, aunque de manera distinta, como es la libertad; basta con verbalizar ese relato del Madrid al que llegamos muchos a buscar nuestra prosperidad y a que nos dejen en paz. Sencillo y eficaz. Tiene la presidenta, además, la actitud de mostrarse como un nuevo modelo de servidora pública, menos perfil de estadista, menos retóricas, y más garantizar que la hostelería siga abierta. Cañas que se tornan votos. Se equivocan quienes ven en ella una nueva Aguirre. Queda para el final lo de Gabilondo. O lo que quiera que sea, porque si algo está claro es que nada significó en la política madrileña en los dos últimos años, y nada está significando su actual campaña. Dicen que es buena persona, tan buena como para convertirse en un muñeco de ventrículo a la orden de Moncloa. Aquí va a estar lo más importante de estas elecciones. Ese halo de imbatibilidad que habían creado la dupla Sánchez - Redondo va a esfumarse definitivamente. La subcontrata que tiene el PSOE con el pretendido gurú guipuzcoano -a ver si un domingo me explayo más en esto, que es un asunto divertido- es tan falible como cualquier otra aventura política cimentada en asesores de medio pelo. A partir del martes, se vuelve a barajar y los contendientes tendrán cartas nuevas.