unque suene rara, la palabra “dimensionalismo” existe y la alumbró el ecuatoriano Estuardo Maldonado (1930) y se refiere, en el arte pictórico y escultórico, a la conjunción de elementos visuales reales y virtuales que lleven al espectador a cuestionar su percepción de la realidad. Pero no vamos a seguir por este camino, sino a abrir otro más cercano y tal vez relevante para muchos de los problemas y soluciones de nuestra organización política y social. Es la cuestión de la dimensión cuantitativa de las agrupaciones humanas, y de los requisitos y consecuencias positivas y negativas de las estructuras necesarias para sostenerlas. El tamaño del grupo condiciona la organización de la representatividad y la estructura de los mecanismos y normas para la acción conjunta de sus miembros. En 1992 el antropólogo Robin Dunbar predijo un máximo de 150 personas en un grupo para que puedan relacionarse plenamente. Hoy las tecnologías de la comunicación posibilitan muchas más comunicaciones, afectando intensamente a su cantidad -dimensión- y a la vinculación -calidad- de los miembros de un grupo social.

La dimensión y la complejidad van generalmente de la mano. Cuando no es así, es porque se trata de un contexto con un gran número de agentes o cosas iguales, lo que añade simplicidad para observarlas y comprender su funcionamiento. La complejidad -que tanto se cita como atributo de nuestros tiempos- es una situación caracterizada por existir muchas variables desconocidas, en su realidad y evolución, lo que genera una gran incertidumbre sobre el futuro que vendrá y las consecuencias de las acciones emprendidas. En la complejidad -de un sistema- se nos hace difícil entender cómo funcionan las interacciones y los datos son imprecisos, incompletos y cambiantes, llegando a perder el sentido causal de por qué ocurren las cosas. Por ello, cuando no alcanzamos a entender algo con muchos factores, decimos llanamente que es muy complejo, y manifestando la dificultad de su control y causalidad, abandonamos idear y valorar exhaustivamente las posibles intervenciones.

Uno de los parámetros básicos de los ecosistemas sociales es la dimensión de los mismos en cuatro aspectos: el número de agentes, su diversidad, su actividad y las interacciones que se producen por unidad de tiempo. En un ecosistema social -entre personas- lo cuantitativo, como el número de agentes, su actividad o las relaciones entre los mismos, se muta en cualitativo afectando a aspectos como la vinculación, la información y los tomas de postura. Nuestra pandemia lo es, porque el número de relaciones entre el virus y los humanos, y entre estos últimos, supera ciertos límites, hoy de alto riesgo pero normales antes de la pandemia. Seguramente la alta movilidad internacional es un parámetro cuantitativo que en su enorme crecimiento ha afectado a la vulnerabilidad de la salud pública de los países y del globo. La epidemia crece exponencialmente en número de virus e interacciones humanas, y así muta en pandemia. Más oportunidades de reproducción para los virus que mutan cambiando cualitativamente la intensidad del problema pasando de un impacto local transitorio a un impacto mundial duradero. Thomas E.Lovely, uno de los biólogos más relevantes del mundo con su proyecto Tamaño Mínimo Crítico en los ecosistemas naturales del Amazonas, sitúa en 100.000 hectáreas (la mitad de Gipuzkoa) el tamaño mínimo, para que los ecosistemas mantengan su dinámica generadora de riqueza biológica en la diversidad de las especies, y para que estas sobrevivan en un entorno amenazante. El tamaño mínimo afecta directamente -en este caso- a la calidad de la diversidad de fauna y flora. En otros casos, ocurre lo contrario ya que la reducción del tamaño de las urbes afecta a lo cualitativo medioambiental, como la calidad de vida en relación con la contaminación urbana. Aquí, la magnitud creciente de los integrantes del ecosistema urbano con sus modos de vida, es uno de los factores que en su reducción beneficiaría al medio ambiente. También existen dimensiones que se fijan en un valor estable para el buen funcionamiento de un colectivo humano. Es el caso del trabajo en equipo, donde la dimensión del mismo es muy importante, con mínimos y máximos en función de los perfiles de las personas y la tarea, pero que sitúa el número seis como la referencia optima de partida.

Pero en los ecosistemas sociales: una ciudad, una empresa, un colegio, un centro de ocio, un bloque de viviendas, un barrio, un aula, una sociedad cultural, etc. ¿Tenemos en cuenta el factor dimensión para dilucidar el diseño de los espacios, las relaciones y las estructuras necesarias? ¿Qué significa tamaño óptimo en una ciudad o en un aula? ¿Cómo se vincula la calidad de vida -como aspecto cualitativo- con la dimensión del colectivo urbano? ¿Cuál es el número óptimo de las capacidades sanitarias -profesionales, cuidadores, espacios físicos y equipamientos- por 1.000 habitantes? ¿Y cuál es su distribución geográfica óptima según el ámbito rural o urbano? Las ciudades crecen sin límites a costa del despoblamiento rural y la pérdida de servicios distribuidos. La ciudad de los 20 minutos andando es un ejemplo práctico de dimensionalismo social.

Hablar de óptimo en los ecosistemas de salud no es pensar en los máximos deseables, o en solo aumentar los presupuestos, sino que -entendiendo que los recursos totales son limitados- hacen falta criterios cualitativos y cuantitativos que definan las estructuras e interdependencias dinámicas, para definir un nuevo modelo dimensional de actuación. Por ejemplo si los ratios de profesionales de enfermería por mil habitantes difieren del simple al doble entre las sanidades europeas, es que se trata de modelos de dimensiones estructurales muy distintos. Y ahí está la diferencia cualitativa que el dimensionalismo quiere destacar. Acabamos de ver que los medios que operan en la parte preventiva en nuestro sistema de salud deben crecer mucho más, ya sabemos mucho sobre las enfermedades y sus causas, y por tanto podemos prevenir y educar. El ecosistema de cuidados y salud es un ecosistema social que incluye ciudadanos, profesionales y familias y está conectado con otros ecosistemas. La dimensión de los distintos grupos de profesionales y su estructura respecto al ciclo de educar, prevenir, corregir, evaluar, intervenir y recuperar, determina la capacidad de respuesta del sistema de salud en momentos de crisis como el actual.

Si se enfocan las soluciones desde la lógica imperante -que es la económica- todas ellas buscan optimizar el coste, y para ello se encaminan a un exceso de centralización, especialización, burocratización y a la búsqueda de la economía de escala. Esta orientación de las soluciones tan abundante en la llamada “buena gestión”, no funciona bien cuando se trata de optimizar aspectos cualitativos vinculados a las personas. Podría afirmarse como una primera ley del dimensionalismo, la siguiente: “las cuestiones que afectan a las personas se deben descentralizar al máximo, distribuyendo recursos y conocimiento, y las que afectan a las cosas se deben centralizar al máximo, normalizando y estandarizando; solo así lo cualitativo y lo cuantitativo se mejoran mutuamente”. Por ejemplo, en el campo de la atención en salud -que afecta a las personas- la distribución de los servicios en el territorio, la formación en salud de los ciudadanos y el aumento de los profesionales en actividades preventivas locales, redundan sin duda en una mejor salud general, con menos casos hospitalarios. En este caso lo cualitativo mejora lo cuantitativo, que es el presupuesto económico. Sin embargo la creación de infraestructuras físicas como carreteras debe obedecer a criterios de eficacia, normativa, sostenibilidad y de economía de escala. La tecnología está para ayudar a las dos vías complementarias -personalizar y homogeneizar- que siendo opuestas en su trayectoria lógica tienen fines complementarios. Lamentablemente no vemos en la digitalización y en la tecnología disponible -tecnología social- la gran oportunidad de trabajar en la prevención y en la formación, aumentando el tiempo de atención personalizado -lo cualitativo-. Por el contrario vemos crecer el uso intensivo de estas tecnologías en las empresas y el sector público, para optimizar ingresos y reducir costes -lo cuantitativo-.

Las dinámicas de movimientos de vaivén de competencias en la gestión pública entre territorios y las estructuras centrales correspondientes, no obedecen a ningún modelo de optimización dimensionalista, sino a la pugna infructuosa de protagonismo político. Lo que reivindicamos a un nivel superior lo negamos al nivel inferior que reivindica lo mismo. No podemos construir hacia arriba -Europa- o desconcentrar hacia abajo -proximidad-, sin unas pautas de dimensionalismo social rigurosas, compartidas y aplicadas.

La tecnología y los avances de la inteligencia artificial bien podrían servir para ayudar a concebir y a poner en marcha avances cuantitativos y cualitativos en una sociedad sobrepasada en tecnologías y a falta de enfoques sensatos y compartidos. La necesaria respuesta a la complejidad requiere de nuevos modelos para entenderla y orientar mejor las decisiones. Tal vez esta nueva disciplina “el dimensionalismo” aplicada a los ecosistemas, hibridando la filosofía, las matemáticas y la sociología pueda ayudar a ordenar lo social, en un camino menos traumático y más compartido, menos ideológico y controvertido, y más orientado a la solución integral de nuestros problemas de siempre.