a espectacular tormenta de nieve vivida estos últimos días en el conjunto del Estado español, con una especial incidencia negativa en Madrid, ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de nuestros modelos urbanos, la excesiva centralización radial imperante en la planificación de las infraestructuras de transporte, generando flujos, regiones y personas monodependientes, una desigual concentración de servicios e infraestructuras desequilibrantes del modelo de estado autonómico vigente y la ausencia de alternativas de movilidad, suministros, autonomía y adecuada distribución energética.

De igual forma, permite constatar el mejorable estado de formación permanente de la población en relación con el uso y gestión de nuestros propios sistemas, servicios, infraestructuras y de los modelos de gobernanza y respuesta urgente ante situaciones de emergencia y catástrofes por causas naturales o por incidencias extraordinarias que, por definición, suceden en limitado número de casos o con grandes distancias temporales, son impredecibles y de intensidad superior a aquella para la que la dotación de recursos de respuesta se encuentra disponible y operativa.

Así, más allá de las desgracias personales, incomodidades y trastorno que conlleva una situación como la mencionada, nos hemos encontrado, una vez más, enredados en la crítica y la descalificación política y pública a la búsqueda de culpables de la incapacidad de respuesta, denuncia de la insuficiencia de medios, reclamos a la gestión pública de la situación y a la incapacidad organizativa demostrada por la ausencia planificadora y la falta de medios “de reserva estratégica” para dar respuesta a la totalidad de las necesidades que una ciudad demanda. Lejos de poner el acento en abordar la próxima catástrofe por venir o, sobre todo, el rediseño de las ciudades del mañana y su capacidad para responder a las necesidades y demandas futuras de las personas, concentramos nuestras energías en el tradicional desgaste del momento.

Las ciudades viven un permanente esfuerzo de redefinición, de planificación más o menos integral, de iniciativas diversas a la búsqueda de soluciones a sus problemas cambiantes. Hoy, parece que el mundo se cuestiona si el espacio poscovid ha de ser diferente al actual y se enarbolan desafíos asociables con el cambio climático, la energía alternativa, la sostenibilidad como dato y no como fin perseguible, con una nueva movilidad y una intensa competencia entre ciudades para atraer, retener y formar talento, soporte de conectividad creativa a la vez que capacidad tractora de inversión, riqueza y bienestar; y se cuestionan las normas y modelos de gobernanza, exigiendo la redefinición de los servicios públicos y esenciales, se soslayan los no menos importantes esquemas colaborativos y de cogobernanza entre diferentes niveles institucionales, así como los sistemas de contratación laboral y las condiciones socioeconómicas, de temporalidad y exigencias en el binomio derechos-obligaciones, además de los marcos económico presupuestarios y de contratación pública. Y en ese ambiente parecería más que razonable un esfuerzo “inteligente” a la búsqueda de la manera de poner todos estos elementos al servicio de las personas.

Hace ya unos años (y en esta misma columna) mencionaba el proyecto que bajo el amparo del World Economic Forum, desde su Consejo Asesor de la Competitividad, elaboramos sobre el futuro de las ciudades, la competitividad de las mismas, así como un modelo marco para aproximarnos a su análisis, comparación entre países (un centenar de casos estudiados), “determinantes para la transformación de las ciudades-región hacia su competitividad inclusiva”, que recomendaba, a partir de una necesaria propuesta única de valor de cada ciudad, abordar de manera integral la totalidad de elementos relevantes asociables al qué reformar, cómo hacerlo, diseñar y aplicar una estrategia de infraestructuras hard (físicas e inteligentes) y su conectividad (interna y externa), así como su especial estrategia soft, de conocimiento, talento y generación de comunidad y cohesión interna haciendo vivible el espacio habitado, en un intenso e inacabable proceso de cocreación interna de valor, incluyendo contenidos y elementos esenciales que habrían de estar presentes en toda ciudad-región considerable como competitiva para un desarrollo inclusivo y sostenible. Dicho marco ha de tener presente un elemento vector: al servicio de las personas. Ciudades humanas, con capacidad de transformación y adecuación permanente a los cambios, que respondan a las necesidades de cada momento y a las aspiraciones de la comunidad que contienen, de manera activa, influyendo en su propio desarrollo y cohesión interna. Que lejos de concebirse como mero contenedor en el que pasan cosas, influyan en sí mismas en la interconectividad, desarrollo y cohesión buscados.

Hace ya unos años, la propuesta de Japón en su visión para la sociedad del futuro, estableció la llamada sociedad 5.0, argumentando la necesidad de construir una estrategia que habría de ir más allá de la, entonces en boga, revolución industrial 4.0, para superar a la vez que potenciar las imprescindibles políticas industriales o manufactureras 4.0 y provocar un nuevo enfoque culturales en la necesidad de repensar el país, el territorio, el espacio propio, su gobierno, instituciones y servicios públicos en términos de una auténtica revolución al servicio de las personas desde la búsqueda de soluciones a sus necesidades y demandas sociales. Su visión no queda en un documento de alta política y se ve implementado en múltiples iniciativas y experiencias piloto, entre las que destacan nuevas “ciudades o comunidades” integradoras de la digitalización, la energía sostenible, la ecociudad y su economía circular, la nueva vivienda del futuro, el nuevo sistema de energía 100% renovable, una nueva movilidad, gestión participativa y colaborativa de la población... De una u otra forma, son muchas las iniciativas que se están llevando a cabo a lo largo del mundo, con especial intensidad, espectacularidad y magnitud innovadora y colaborativa en Asia y Oriente Medio, tras la escuela Singapur que hizo del “urbanismo inteligente” reclamo para su visión 2035 ante la enorme demanda de nuevas ciudades por crear en la creciente población mundial. ¿Construiremos las ya conocidas con sus modelos, bondades y limitaciones o soñaremos un futuro distinto?

Ese nuevo mundo deseable (o impuesto si no reaccionamos en sentido de apropiarnos de nuestro modelo), sugiere la idea de repensar las ciudades en términos de sostenibilidad, resiliencia en respuesta a las demandas del cambio climático, soporte y suministro de energía que garantice la eficiencia a la vez que la autonomía y todo tipo de servicios públicos al alcance de una población autosuficiente, con demandas concretas al servicio de personas con la autonomía necesaria para vivir, para sobrellevar días de catástrofe e incidencias inesperadas, con plena autonomía sin necesidad de recurrir a los flujos inevitables que hoy se realizan entre las diferentes ciudades, comunidades, regiones, incluso países, y agravan problemas existentes y sobrevenidos.

Sin duda, es el momento de repensar en su totalidad los sistemas de movilidad de transporte e infraestructuras, acelerar el avance en torno a la energía distribuida, facilitar la generalización de las tecnologías exponenciales y la digitalización en nuestros procesos, empresas, servicios, administración y la propia gestión y gobernanza, abordar la sostenibilidad desde modelos integrados de ecociudad y, por supuesto, nuevos esquemas de educación y formación de las personas para el uso eficiente de dichas tecnologías, dando respuesta a la búsqueda de las soluciones y servicios que una sociedad del bienestar exige: salud, servicios sociales, prevención y seguridad, vivienda imprescindible para un rediseño y una forma de vida “soñada”. Ciudades generadoras de sentido de comunidad, potenciadoras del sentido de pertenencia e identidad propia. Ciudades humanas, tractoras de nuevas iniciativas, talento y oportunidades para su comunidad.

Si existe un medio acostumbrado a la necesidad de apostar por espacios prospectivos, por el rediseño de ciudades, es precisamente el ámbito municipal y territorial, donde los diferentes espacios son objeto de estudio, planificación y determinación de usos futuros. Pensemos cómo imaginar o repensar si estaríamos en condiciones de hacer posible aquello que hasta ayer considerábamos inimaginable.

Hoy, sin duda, las ciudades constituyen el espacio territorial del futuro. Son el espacio próximo de pertenencia y dualidad local-mundial de la actividad económica, nuestro espacio de demandas y necesidades de bienestar y nuestra conexión con los llamados problemas-soluciones globales. Habrán de ser distintas y que sean distintas no quiere decir que de la noche a la mañana lo hagan, pero sí es el momento de plantearse si muchas de las actividades e iniciativas que pueden ser los vectores clave de su desarrollo futuro pueden y deben ser modificados o integrados.

Un verdadero desafío. En un mundo en movimiento, responder a los eventos “inesperados” ofrece una ventana de oportunidad y diferentes caminos por transitar.