iempre he valorado el trabajo periodístico de verdad, a caballo entre el informador con tesón y el observador crítico que sabe de la inmediatez de la noticia y el juicio reposado, trabajando a menudo con el viento de proa. Han pasado varias décadas del hito periodístico que supuso la dimisión de Richard Nixon como presidente de los Estados Unidos, gracias a los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, quienes contaron con el apoyo del The Washington Post, incluido el de su propietaria. El Watergate es el triunfo de la libertad de expresión, de la ética sobre el abuso y la amoralidad de los que se sienten impunes.

No menos importante fue el trabajo del periodista Seymour Hersh, que desveló la matanza de My Lai en Vietnam, así como las torturas cometidas en Abu Ghraib (Irak), información esta que acabó con la carrera del jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld. Y en eso estamos por estos lares, aquí cerca, cuando el periodismo apunta tímidamente mientras todo el mundo sabe quién es la X de los Gal y ya no es posible ocultar las andanzas dinerarias de Juan Carlos I. Ambos llevan tiempo sin responsabilidades públicas y todo sería políticamente más democrático si la verdad saliera oficialmente al aire libre tras décadas de silencio político basado en un patriotismo que se desangra por los cuatro costados.

El periodismo que echó a Nixon está en cuestión porque buena parte de la prensa ha claudicado su independencia en la batalla por la supervivencia. Hubo cabeceras de gran prestigio que se tragaron todas las mentiras de Bush, Blair y Aznar para invadir Irak en 2003. Igual que se trató de mantener la duda sobre la autoría de ETA en las bombas colocadas en los trenes de cercanías de Madrid para desviar la relación que tuvo con el apoyo español a la invasión de Irak tras la arrogante "foto de las Azores". Una cita de George Orwell cuadra con muchos Nixons contemporáneos: "El lenguaje político está pensado para que las mentiras suenen a verdades y el crimen parezca respetable".

El alma del buen periodismo tiene mucho trabajo por delante y buenos ejemplos por detrás. Porque si algo debe volver a este mundo ofuscado neuróticamente hacia sí mismo es que podemos conocer en libertad, reflexionarla y contar la verdad. Una verdad que sufre entre los excesos de poder que tratan de ahogarla y la atracción por el sensacionalismo sobre la información edificante y positiva que genera una sociedad como la nuestra, con avances importantes en la convivencia y en el verdadero bienestar social y solidario ¿Por qué las buenas noticias no venden? El periodismo debería reflexionar, incluso potenciar algún foro abierto, sobre esta descompensación a favor de las malas noticias a pesar de que la lista de cosas buenas es bastante más larga. Lo cierto es que mucho de lo bueno se queda fuera de foco distorsionando la realidad para mal.

Llega la enésima campaña electoral sumida en la voracidad del desencuentro y la descalificación de los logros, algunos conseguidos entre más de un partido político. Los avances logrados no deberían sepultarse en la hojarasca partidista, por pura higiene mental. Escribir o hablar de lo bueno no solo forma parte de la verdad sino que resulta necesario por su poder sobre la percepción pesimista de la realidad y sus consecuencias. Tener una ideología no es incompatible con contar la verdad críticamente. No pocos medios informativos que optaron por el amarillismo, han desaparecido. Otros grupos mediáticos relacionados con intereses empresariales y financieros son más listos a la hora de trabajar contra el pluralismo de las noticias buscando entorpecer un verdadero espíritu crítico. Afortunadamente, existen profesionales excelentes que siguen haciendo ruido, aunque no logren premios periodísticos con buenas noticias o con el derrumbe de todos los privilegios de un rey emérito.

Aun así, el periodismo está en crisis cuando más necesario resulta ante la circulación masiva de fake news y la polarización sin criterios de interpretación bien fundamentados. Muchos medios se han refugiado en el dinero de políticos y empresarios para sobrevivir. No es un tema baladí cuando el Consejo de Europa ha creado un grupo de expertos sobre periodismo con recomendaciones para favorecer un periodismo de calidad. Y la Unesco aprovechó el Día de la libertad de prensa (2019) para defender el periodismo contra las noticias falsas y la desinformación ante su evidente pérdida de poder en la esfera pública por nuevos poderes de mediación y por unos costes que lo debilitan.

Todo el mundo habla de reinventar el buen periodismo. El reto está en cómo hacerlo. Me recuerda al teatro, salvando las distancias, que está en crisis "desde siempre", pero vivo. Ojalá sea por mucho tiempo.