inceramente, veo con preocupación a numerosas personas en calles, plazas, playas, terrazas, saltándose las normas de seguridad sanitaria, y tengo la tentación de pensar que anteponen su modo de vida a la seguridad del conjunto de la sociedad y de los más vulnerables. Pero como no quiero pensar que lo hacen con plena consciencia para no echar por tierra mi ya menguada esperanza en el género humano, creo que lo hacen desde la falsa seguridad del "a mí no me tocará". O sea que son personas que delegan lo que les pueda o no pasar en la lotería y no en su propio compromiso de cuidarse.

Sin embargo, confiar en la suerte es poca cosa. Mejor es tomar medidas preventivas y además tener suerte. Pero pareciera que hablamos idiomas distintos cuando nos comportamos de forma tan diferente: unos, los más, observando todas las reglas y otros rompiéndolas. En el fondo de esta diferencia hay probablemente modos de ver el mundo y de asumir la vida en sociedad. Incluso, pareciera que hay gente que de facto considera que el virus lo ha traído el gobierno. Se quejan continuamente por las medidas de seguridad, tramos de horarios, limitaciones de circulación y de cabida en espacios de ocio como son las playas, terrazas e interiores de bares, para terminar diciendo "llevaré mascarilla si me obligan" "cumpliré determinadas normas si me obligan", y se quedan tan anchos.

Es verdad que cada cual puede elegir su manera de vivir, pero ello no debe ser perjudicial para los otros. Hay personas, bastantes, aunque sean minoría, que no comprenden algo tan básico como que si yo me cuido, estoy cuidando a los demás, a mi familia, a mis amigas y amigos, a compañeros de trabajo, de estudios, de ocio, a mucha gente anónima. De modo que observar las medidas de seguridad es algo elemental para no poner en peligro a otros; de cada suicidio que se encargue uno mismo pero sin arrastrar a los demás.

Tal vez sea necesario recordar que este virus se quedará entre nosotros y que justamente nosotras y nosotros somos el muro más efectivo para frenarlo y neutralizarlo en lo posible. Luego vendrá la vacuna y en ella estará la solución viable, aunque el virus siga estando presente. Quiero decir con ello que cuanto antes nos amoldemos a una nueva realidad tanto mejor. La vida de antes no será posible y si nos empeñamos en ello, no solo nos estaremos equivocando, sino que además despreciaremos una gran oportunidad para que lo local y lo global sean espacios mejores, más solidarios y colectivos.

Tendremos que cambiar muchos símbolos. El modo de saludarnos, las formas físicas de nuestros quereres. Inventaremos nuevas formas de comunicación. Hoy tenemos un exceso de mala comunicación y poca comunidad. Una comunicación que informa deficientemente y que está teledirigida para proyectar valores individualistas. Si hasta ahora los símbolos, los abrazos, los besos, los apretones de mano eran al menos huellas de un pasado más rico en vida común o comunitaria, la pandemia puede llevarnos a un escenario en el que la comunidad se difumine aún más de lo que ya está. Podemos intentar que no sea así, pero lo cierto es que los malos comportamientos de quienes se saltan las normas de seguridad es un mal augurio que nos habla de fracturas y de actitudes unilaterales que nos pueden devolver a lo peor.

Si pienso que los malos comportamientos ciudadanos tienen un mal ejemplo en los políticos. Las sociedades necesitan referentes, liderazgos positivos. Pero no hay más que fijarse en las negociaciones para el mantenimiento del estado de alarma, para concluir que desde la política nos llegan malas noticias. Los partidos negocian su apoyo a la prolongación de esta medida, sin duda porque la ven necesaria para preservar la salud pública. Pero a la hora de la verdad su apoyo depende de lo que obtengan de los partidos de gobierno. Si obtienen lo que desean facilitan el estado de alarma que se supone es necesario y bueno para la gente; pero si no obtienen sus reivindicaciones afirman que su voto se volverá en contra, lo que perjudicará a la gente. Dicho en lenguaje llano y claro: los partidos juegan con la vida de las personas cuando priorizan sus ganancias políticas y practican el chantaje. Si esto es así, ¿cómo vamos a convencer a los que se saltan las normas para que no lo hagan, si adivinan que no hay juego limpio? Claro que hay partidos más firmes que otros en su voto por proteger las vidas de todos y todas. Menos mal.

Ahora bien, aceptando de antemano que la pandemia en su magnitud no era esperada, creo que el conjunto de la política le ha faltado el respeto a la ciudadanía. Con sus improvisaciones, sus contradicciones y lo que es peor con amenazas permanentes al gobierno desde las derechas irredentas. Cuando la ciudadanía ha exigido y exige unidad para combatir un enemigo tan invisible como poderoso, del Partido Popular y de VOX hemos recibido discursos sectarios orientados a despertar bajas pasiones y provocaciones callejeras de índole fascista. Querer derribar al Gobierno en plena crisis de pandemia es propio de mentes que nos quieren llevar a la catástrofe. ¿Qué hubiera pasado si el gobierno fuera de la derecha? Con su modo de abordar el virus se habrían celebrado Semana Santa, las Fallas de Valencia y la Feria de Abril, y las aglomeraciones estarían en todas partes. Sus caceroladas en el barrio Salamanca son la expresión de un nivel inaceptable de desprecio a la desgracia del pueblo de Madrid, cuyo sistema sanitario fue notablemente dañado por los gobiernos autonómicos del PP.

Es verdad que el propio gobierno también debe reflexionar. Sus primeras medidas fueron tardías porque cruzó los dedos con la esperanza de que la pandemia fuera mínima y pasara como una bandada de pájaros. Enseguida se vio sobrepasado por la veloz extensión del virus y su comunicación a la población ha estado marcada por sus limitaciones, siendo el caso de las mascarillas todo un poema: primero no eran convenientes, luego no eran necesarias, más tarde en algunos casos, después en algunos espacios, finalmente obligatoria. Algo que sólo se explica porque en un principio no había suficientes, pero decirlo era reconocer una nefasta política preventiva. Y la autocrítica en política es muestra de debilidad, aunque un miembro del Gobierno la hizo.

Todas y todos debemos reflexionar para corregirnos. Ahora somos la ciudadanía la responsable de que el desescalamiento vaya bien. Los decretos son necesarios pero la derrota del virus sólo vendrá de la responsabilidad de la gente. Claro que el comportamiento errático de una pequeña parte de la ciudadanía no anuncia lo mejor. Viendo imágenes uno piensa que volveremos a confinarnos, esta vez por decisión nuestra. Tenemos en nuestra mano el evitarlo, pero hay que ver si somos coherentes. El virus no se va a ir y al menos hasta la aplicación de una vacuna eficaz nuestras costumbres deben cambiar. Por eso digo que es la hora de la ciudadanía y que el secreto está en la solidaridad. Como especie le vemos las orejas al lobo y como especie podremos sobrevivir.

Ahora nos viene el segundo virus. El virus socioeconómico. Algunas voces ya nos adelantan que los de siempre deberemos apretarnos el cinturón y ya se habla de mayores dificultades para las pensiones. Algunas ideas: que se combata el fraude fiscal anual de 90.000 millones de euros, que los bancos devuelvan los 65.000 millones de euros que la sociedad les prestó. Que regresen de los paraísos fiscales los 140.000 millones de propiedad española. ¡Claro que hay dinero!