ivimos un partido inédito de vida o muerte. Estamos viviendo una gran crisis sin manual de instrucciones previas. Una situación muy diferente a la crisis de 2008, que necesitó de años y años para absorber la burbuja de la deuda de las familias y las empresas, los productos financieros tóxicos y el gigantesco exceso de los precios inmobiliarios. Esta vez nos estamos jugando la salud, nos estamos jugando sencillamente la vida individual y colectiva. Vivimos, sí, una crisis profunda, incluso parecería hoy en día al menos (a futuro habrá que verlo) un auténtico cambio de paradigmas forzado, muy forzado, en relación con qué nos es transcendente y qué está "de más" en nuestras vidas, en la sociedad y ello con muy serias repercusiones difíciles de pronosticar en lo social, en la economía, en la macro y en la micro. El coronavirus nos ha traído una siniestra originalidad a la historia de todas las crisis que hemos conocido. Vivimos momentos en los que se nos han abierto los ojos de una manera brutal y somos espectadores de algo hasta ahora desconocido o ignorado, cual es la fragilidad, la extrema fragilidad de la vida, hemos descubierto de una manera inequívoca, cómo cuando truena nos solemos acordar de Santa Bárbara, la importancia fundamental de unos servicios públicos fuertes, muy fuertes y a todos los niveles, por los que discurre el devenir de la sociedad. Hemos descubierto por medio de una atalaya hasta ahora ignorada cual es el balcón de las ocho de la tarde la imperiosa necesidad que tenemos como seres humanos de pertenecer a un colectivo, una colectividad vital para la supervivencia de las comunidades. Hemos visto imágenes inéditas (sobre todo para la OTAN), inimaginables hasta hace pocas semanas, cuales son los vídeos de un convoy militar ruso dirigiéndose al norte de Italia con médicos, mascarillas, batas de protección y respiradores.

En este estado de crisis sanitaria y económica, de conmoción colectiva, de incertidumbre y de incredulidad que se nos repite todos los amaneceres, es el momento de demostrar tanto la capacidad de gestión y liderazgo de las instituciones vascas como de poner en valor la madurez de la propia sociedad vasca. Son momentos de demostrar la eficacia en las decisiones a tomar, por difíciles que sean, momentos de serenidad, de cabeza fría, de sentido común, de calma, de responsabilidad cívica, de solidaridad y de mucha calma. No es el momento, como diría aquel, de las miserables peleas de gallos, ni de los oportunistas en el quehacer de la política, no es hora de los cainitas electoralistas de guardia, ni de entrenadores de sofá que lo saben todo, sobre todo a posteriori. No es el momento ni de los hipócritas ni de la hipocresía que se caracteriza en el homenaje que suele hacer la ignorancia miserable a la virtud. Sí es el momento de la cooperación generosa y del debate constructivo con altura de miras, incompatibles estas con las riñas de los cuadros de Goya. Estamos ante un reto gigantesco para el que no estábamos preparados, un reto que nos ha desbordado, sí, y a todos los niveles y responsabilidades, nadie puede arrogarse pretenciosamente en dar lecciones a nadie sin caer en la arrogancia ridícula. Estamos ante un reto hay que hacer frente como colectivo, como sociedad, entre todos y todas. Porque esto no va de estériles partidismos ni de sectarias actitudes, va de algo prepolítico, cual es la humanidad, la solidaridad, la dignidad y la ética.

Lo lograremos y ojalá hayamos aprendido alguna lección evitando la tentación humana de la memoria frágil. No perdamos la esperanza, el estado de alerta sanitaria finalizará algún día, por supuesto que sí, así lo decidirán las autoridades sanitarias y en consecuencia las políticas. Se habrá superado la crisis, llegará ese día, y ganaremos la batalla contra el virus letal que amenaza letalmente a nuestra sociedad de manera masiva. Volverá a salir el sol, lloraremos a las más de 1.000 personas que se han ido en los cuatro territorios vasco-navarros de este lado del Bidasoa, nos seguirá preocupando la evolución de los más de 13.000 afectados o contagiados, intentaremos afrontar la crisis económica desde la solidaridad y la justicia social.

Nos acordaremos compungidos y sin distinción alguna de todas las víctimas y de una manera u otra afectadas, de las de aquí, de las de allá y de las más allá, de las del resto de España, de Europa y de todo el mundo independientemente de su condición, raza, sexo, ideología o color de piel. Nos miraremos a la cara de nuevo mientras se nos humedezcan los ojos, nos abrazaremos serenamente emocionados y la fraternidad, esa gran desconocida hará acto de presencia, una fraternidad que habrá adquirido tantos positivos y que ojalá haya venido para no irse porque de esa manera saldremos fortalecidos como personas individuales, como ciudadanía y colectivo humano. Volveremos a sonreír. Llegará ese día y a pesar de las dificultades, miedos, incertidumbres y angustias, nunca perderemos la esperanza. Necesitaremos un auténtico pacto de país para arrancar y afianzar la recuperación en clave colectiva porque jamás deberemos de olvidar lo que estamos aprendiendo a marchas forzadas, es decir, que lo común está por encima de la individual, que es imprescindible arrimar el hombro mientras apretamos los dientes en el costoso camino de la futura normalidad. Haremos más caso, mucho más caso a las diferentes políticas de prevención.

Hace pocos días que se ha celebrado el Aberri Eguna, momento oportuno para recordar a aquel primer lehendakari del Gobierno Vasco que fue José Antonio Aguirre, un gran líder para un también muy trágico momento, un hombre que fue ejemplo de saber unir fuerzas en momentos límites de extrema adversidad, una persona caracterizada por su método vital de encarar desgracias y contratiempos. Un hombre vitalmente optimista y sereno. Tampoco él perdió nunca la esperanza. Resistió. También nosotros resistiremos cual junco que se dobla ante la tormenta, nos doblaremos pero no nos quebraremos nunca y nos volveremos a poner en pie cuando todo pase. Es inevitable hacer una mención a las personas que están laborando por todos nosotros y nosotras, a esas personas que ciertamente sí nos son indispensables y que cuidan de nosotros, no sé si son héroes o superhéroes, sé que no llevan capa, pero en muchas ocasiones sí mascarillas y una enorme voluntad y casi infinita dedicación. Me refiero a los sanitarios, médicos, auxiliares, celadores, camilleros de hospitales centros de salud, personas que cuidan de nuestros mayores en las residencias de ancianos, personal sociosanitario, transportistas, taxistas, camioneros, conductores de autobús, trabajadores de limpieza y basuras, cajeros, reponedores, personal de los supermercados, todas las policías locales, la Ertzaintza y cada uno y una de sus componentes, mantenedores de todo tipo que mantienen la producción, transporte y mantenimiento de las cadenas alimenticias, agricultores, pescadores, y voluntarios de todo tipo, voluntarios de Cáritas, voluntarios de Cruz Roja, voluntarios que se encargan de velar cuidar y acompañar a los inmigrantes y a las personas más vulnerables (pido sinceramente perdón humilde mente si he dejado de mencionar a alguno o alguna). Un reconocimiento personal, pues, emocionado y sincero donde los haya a todos y a cada uno de ellos y ellas.

Termino con una de las últimas reflexiones de Daniel Innerarity que hace poco vió la luz: "El peligro de la democracia no está tanto en los golpes de Estado, sino en una progresiva depauperación por no estar a la altura de los retos y necesidades de las personas". Esperemos que no sea aplicable a la cuestión que lamentablemente hoy nos atañe letalmente. Nos vemos. Saldremos. Sí, saldremos una vez más. Somos capaces de ello. Aurrera. Lortuko dugu. Guztion artean. Saldremos.