l impacto económico de una crisis con seis semanas de confinamiento y con la actividad productiva detenida durante dos semanas, salvo servicios esenciales, será inmenso. No menos de lo que supone un mes de PIB, o sea cerca de al menos un 8% y seguramente más de un 10%, es decir, unos 100.000 millones de euros. Afectará a la industria y los servicios en diferente proporción. El sector turístico, por ejemplo, que supone un 15% del PIB y del empleo, puede que no recupere los 83 millones anuales de visitantes de 2019 en mucho tiempo. Bueno, todo esto se verá, pero lo que es decisión urgente es cómo abordar en el corto plazo la gestión de la discontinuidad de las actividades empresariales, educativas, sociales y publicas durante los próximos meses.

Lo que es indiscutible es que eliminar las posibilidades de contagios, contactos entre personas contagiadas o no, está en la base de la pirámide de sucesos. No se pueden identificar con más precisión qué situaciones son arriesgadas y qué personas son clave para evitar rebrotes, por falta inicial de medios tecnológicos, de controles masivos y de equipos de protección. Cuando esta parte se recupere pasaremos a otra mirada que afectará al corto y medio plazo. El problema se plantea en cómo volver a recuperar la vida normal sin peligrar el descenso de los contagios, y reactivar el trabajo y la nueva vida normalizada. Y cuanto más tarde se retome la vida casi habitual, más seguridad sanitaria tendremos. Pero eso tiene un límite por el impacto económico, la salud mental y la ansiada recuperación.

Por otra parte, tenemos por delante el periodo vacacional, julio y agosto, que no parece que este año sea posible considerarlo normal. Las vacaciones de verano son el periodo anual de parada de los centros de trabajo, colegios y sector público. De hacerse así este año, el periodo vacacional normal sería otra parada, la segunda, en un hipotético recrecimiento de las actividades laborales. Sería el segundo efecto de parada de la economía. La vuelta al trabajo será progresiva porque no se pueden alcanzar los niveles de productividad y eficacia anteriores en poco tiempo. Son muchos los ingredientes que hay que volver a coordinar para que la actividad normal se retome. Los equipos de trabajo, los suministros, la nueva seguridad laboral, los servicios de apoyo, el transporte público y privado, etc.

Una forma de encajar en el tiempo y en los recursos el efecto de la pandemia sería desplazar parte de las jornadas vacacionales al periodo vigente de la alarma de marzo y abril, para cerrar bien el ciclo de contagios, y para retomar los aspectos productivos con la menor discontinuidad posible hasta fin de año. Un año sin todas las vacaciones sería una solución y un gran ejercicio real de solidaridad para retomar sin duda la recuperación de la economía y del empleo a un mejor ritmo.

Los colegios y universidades deberían abrir en verano, telemáticamente o no, si las condiciones de no contagio se han superado, con lo que la recuperación de lo docente estaría en parte resuelta, y los padres podrían trabajar parte de ese tiempo. La industria seguiría en su ritmo creciente de recuperación para volver a enlazar los diferentes circuitos de la cadena productiva. Los funcionarios podrían resolver la carga de trámites y normativas que se van acumulando. El Parlamento debería estar abierto para ahondar en la unión de iniciativas y ser un ejemplo de responsabilidad pública.

Los sanitarios deberían tener un trato especial, en tanto los niveles de crisis de sus capacidades y medios se vean paliados en ese momento del verano. Las actitudes deben cambiar. La heteroresponsabilidad -la culpa la tiene el otro- o que me digan lo que hay que hacer, debe sustituirse por el compromiso personal y colectivo en aportar lo que cada uno puede dar. No podemos confiar en recibir ayudas de Europa si no ponemos nuestro tiempo y capacidades al servicio de lo colectivo. Y sobre todo si lo hiciéramos, daríamos un ejemplo de responsabilidad cívica y de esfuerzo como miembros de una Unión Europea donde ya no habría cigarras al sur y hormigas al norte, como algunos gustan manifestar repetidamente.

El trabajo de las vacaciones podría ser un 5-8% del PIB, que es una gran aportación de los ciudadanos a la salida de esta crisis. Los sanitarios ya lo han hecho con su tiempo, arriesgando su salud y muchas vidas. Se trata de hacer que ese aplauso de las ocho de la tarde en los balcones nos lo ganemos todos. Aportar el trabajo de casi un mes es una gran oportunidad para crear identidad, ser mejores y más unidos como sociedad que se afana por lo común y así hacer frente a los problemas colectivos. Trabajar intensamente por la recuperación de la actividad en empresas, autónomos y servicios públicos es también trabajar por la creación de empleo, pero no solo el de un mes de verano.

¿De dónde van a salir los miles de millones de euros que van a requerir los autónomos, los trabajadores por cuenta ajena, los trabajadores del sector turístico sin turistas, los operarios de las redes de transporte de viajeros, etc.? Un periodo de casi un mes de vacaciones es algo así como el 5-8% del PIB y, aunque la pérdida supere esto, estaríamos aportando una parte igual o comparable a las ayudas necesarias. Solo así podemos esperar solidaridad de otros pueblos y demostrar que la responsabilidad de lo que nos pasa depende sobre todo de nosotros, y que hay que mejorar los sistemas de investigación y servicios de salud. Tras ello tendremos la fortaleza, los recursos, la motivación y la convicción para exigir a los dirigentes que creen nuevas políticas y adopten nuevas actitudes para cambiar el orden de las cosas que nos han conducido a esta desgraciada situación.