n tiempo de pandemia, de temor al contagio, de confinamiento inédito, de absoluta incertidumbre económica, no resulta sencillo escribir sobre cuestiones distintas a las más nucleares, es decir, sobre otras más allá de la evolución de los datos de la enfermedad o el número de ERTE presentados ya en Euskadi. Sin embargo, hay actores políticos que también en estos tiempos tremendos trabajan sin descanso, cada uno desde su perspectiva, intentando acercar el ascua a su sardina ideológica. Por ejemplo, esta misma semana hemos leído a Ramón Jáuregui en su incesante misión contra “la amenaza del nacionalismo”, resumida de manera elocuente: “es nuestra obligación evitar la vuelta a la tribu”. Es muy propio de los socialistas españoles renegar del nacionalismo. La izquierda española se dice siempre cosmopolita, pluralista, no-identitaria, libre de fronteras, banderas y tal. Luego suele resultar que el cosmopolitismo se centra más bien en Madrid, que el pluralismo impone la visión identitaria española, y que, preferentemente, entre todas las banderas se cuidan mucho de guardar la preeminencia de la española, más que nada para que no olvidemos eso de que “todos somos españoles”, afirmación plural y sin sesgo identitario donde las haya -entiéndase la ironía-. El portavoz del PSOE, Rafael Simancas, a su vez, terminó su intervención en el Congreso afirmando, grandilocuente, “hemos aprendido que las fronteras son más mentira que nunca, porque no paran el virus”. Tanto el artículo de Jáuregui como el discurso de Simancas resultan ser muy sorprendentes si tenemos en cuenta que hace unos pocos días el Gobierno español se ha cargado el espacio Schengen y nos ha reinstalado la frontera física que separa Euskadi en dos; frontera en la que, a lo que se ve, el coronavirus deberá mostrar su pasaporte.

Resulta igualmente sorprendente que desde que el coronavirus llegó al Estado atravesando todas las fronteras, tanto Sánchez como Iglesias mencionen en sus discursos la palabra “patria” o “compatriota” casi tantas veces como hace unas semanas repetían el concepto “progresista”. El coronavirus no solo ha producido ese curioso efecto retórico, sino que, además, ha provocado otro más impactante: el gobierno PSOE-Podemos ha puesto al ejército, con todas sus medallas y galones, dando ruedas de prensa diarias y limpiando con lejía estaciones vacías. Sin que todo ello, claro, nada tenga que ver con el nacionalismo, ni con la “tribu” del artículo de Jáuregui. Ya. Puede que la explicación de tanta paradoja sea simple: para la izquierda española -más o menos como para la derecha- España es “patria” y lo que no sea España, “tribu”. Todo lo referido deja en evidencia ese nacionalismo que dicen negar. Y lo hace, por cierto, en su versión más excluyente y prepotente, sobre todo con respecto a quienes no nos sentimos concernidos en las continuas apelaciones de Pedro Sánchez a sus “compatriotas”.

El papel que está jugando el ejército en este contexto merece mención aparte. Resulta que, de la mano de un gobierno “progresista”, todos los días los generales se asoman a la tele para arengar a la gente con retórica castrense. Y, además, se vienen arriba y declaman que el Borbón, el que ha renunciado a la dudosa herencia de su padre pero que ha heredado de él la corona, “es el primer soldado de España” -por cierto, qué oportuno está siendo el coronavirus para la corona-. Si ya desde un punto de vista exclusivamente cívico y democrático toda esta parafernalia militar resulta absurda y anacrónica, desde la óptica del abertzalismo vasco es inquietante. Hay quien opina que en estos momentos nos sentimos demasiado amenazados en nuestra salud y nuestra economía como para que nos importen estas disquisiciones. Puede que sea verdad, pero, por lo menos, tengamos esto en cuenta: quienes sacan a pasear el ejército están haciendo política, también en tiempo de coronavirus -¿en previsión de tiempos sociales convulsos?- y quienes subrayan “la necesidad” de que se pasen “también” por Euskadi, pretenden además “normalizar” al ejército español en tierras vascas.

En Euskadi, también en tiempo de coronavirus, la izquierda abertzale sigue trabajando incesante en su afán por la hegemonía. A los “profetas de calamidades” les ha llegado, por fin, un tiempo de calamidad y se les nota que lo quieren aprovechar. Hasta puede que tengan algún manual en el que se enseñe a buitrear los caldos propiciatorios para la revolución. Y, ante esta situación, han activado todos sus resortes comunicativos, políticos y sindicales para pulir esa estrategia, la de siempre, la que no tiene otro objetivo que quitar al PNV y que EH Bildu se haga con el poder. Tras cuarenta años enredados en estrategias político-militares y en sus consecuencias; en maximalismos, en extremismos, en deslegitimar las instituciones democráticas vascas, se les tiene que estar haciendo duro que elección va, elección viene, el pueblo venga prefiriendo al PNV. La razón puede ser esta: a diferencia del PNV, la izquierda abertzale siempre ha menospreciado al pueblo. Solo ha validado la parte de ese pueblo que considera como suya. Quién nos iba a decir hace no tanto que íbamos a ver a conspicuos militantes de la izquierda abertzale “reconvertidos” en sentidos defensores de “los cuidados” para “la vida”.

Esta primavera que acabamos de estrenar en el calendario será, desde luego, la más extraña entre todas las que hemos conocido. ELA y LAB nos amenazaron con que sería “roja” y lo que está siendo es muy triste. Los datos del día en que escribo esto dicen que han fallecido, en total, 103 personas en Araba, 79 en Bizkaia, 25 en Gipuzkoa y 58 en Nafarroa. Pero, además, se está presentando un ERTE por minuto, con lo que ello implica para miles y miles de trabajadores vascos. Sin olvidarnos de los autónomos y de esos negocios en los que nos atienden mirándonos a los ojos. Cuando esta pesadilla acabe, ya podemos dejarnos de plataformas de Internet y bajar a comprar a nuestras calles, porque de lo contrario permanecerán tan oscuras como estos días.

Mientras el desastre económico nos sobrevuela en círculos cada vez más cercanos, los sindicatos se enrocan en posiciones ideológicas de extrema izquierda. “Protejamos a la clase trabajadora, no al capital” reza un panfleto de LAB. Las manifestaciones de los líderes de ELA van en la misma dirección, al tiempo que exigen desde hace muchos días el cierre de toda la actividad económica de Euskadi salvo la que ellos -no otros, sino ellos- consideren “esencial”. EH Bildu, con Arnaldo Otegi como líder político que se asoma a las redes “protegido” por el confinamiento, hace tiempo que se alineó con las tesis del movimiento de confrontación sindical.

Hay que reconocer que tienen habilidad para aprovechar el tiempo de la calamidad, el de la pandemia, el del miedo, para cargar aún más sus ataques contra el PNV porque saben que cuando se establece una disyuntiva entre dos opciones absolutas -en este caso, la elección entre ir a trabajar o proteger la salud- es muy difícil plantear con éxito una dialéctica que requiere de matices. Y, sin embargo, la puñetera realidad siempre exige de una negociación con matices. Tienen razón el lehendakari Urkullu y la sailburu Tapia cuando argumentan que desconectar toda la actividad económica, como han pretendido desde el principio con sus “plantos” y su palabrería ideológica ELA y LAB y EH Bildu, nos va a salir muy caro como sociedad, porque la vuelta a la normalidad de la situación socioeconómica vasca partiendo de un sistema productivo “en coma” será siempre mucho más complicada de la que ya lo será de todas formas. No sabemos cómo se va a desarrollar la epidemia, ni sabemos, por lo tanto, qué medidas nos veremos obligados a adoptar. Pero la de cerrar la industria vasca será, en todo caso, una medida extrema por sus efectos, no ya para “el capital” como quieren hacernos creer EH Bildu y los sindicatos, sino para cada una de las personas que conforman este Pueblo, incluidos sus afiliados. Y, desde luego, tendrá que ser en base a argumentos de mucho más peso que las veleidades político-sindicales de los otegis, lakuntzas o aranburus de turno.