1 . MIRADA A NUESTRA REALIDAD ACTUAL. En todas las sociedades y en cada época se afirma que se vive una situación especial, única. Por eso las comparaciones son odiosas. Siempre es discutible decir que vivimos en un tiempo mejor o peor que otro. Cada época tiene sus aspectos positivos y no tan positivos. El problema se plantea cuando, llevados por prejuicios y previas posturas ideologizadas, distorsionamos los hechos sociales y nos creamos unos juicios falsos sobre tales hechos. La verdad de nuestras opiniones depende de muchos factores, sobresaliendo en no pocas ocasiones, los valores que se nos transmiten en el entorno, en los M.C.S. y en la publicidad. En estos momentos, hay una serie de evidencias que se nos imponen de forma pertinaz. Así, la pérdida de perspectiva de futuro con la prevalencia de lo inmediato y la prisa para todo. La volatilidad del momento presente, en los múltiples aspectos de la vida, nos lleva a la incertidumbre a la que queremos superar con un carpem diem momentáneo. “Luego, ya veremos...”, se afirma.

El olvido, cuando no el rechazo de muchos valores morales que han dado vida y sentido a nuestras actuaciones son una constante entre nosotros. Sin añorar tiempos pasados, no debemos olvidar aquellos valores que nos humanizan (fidelidad a la verdad, a la equidad y a la palabra dada, la conciencia del trabajo bien hecho, la solidaridad con los más débiles y desfavorecidos...), puestos en cuestión en una sociedad centrada en el yo y el pragmatismo, con un ensalzamiento acrítico del valor del dinero, del poder y de la propia imagen. Se ha interiorizado un individualismo galopante que nos hace pensar que, “mientras yo esté bien, el sufrimiento del vecino me es indiferente o invisible”. Lo cual hace que la soledad de las personas y su incertidumbre se extienda cada vez más.

Se habla más que nunca de diálogo, consenso y pacto, pero sin ceder de la propia postura ni aceptar las razones del interlocutor. Son cansinas, por continuadas, las acusaciones y ataques entre los partidos y los líderes políticos y sindicales. La discrepancia política y social es normal en una sociedad democrática, pero el enfrentamiento proclamado y buscado sin más, suplanta no pocas veces a los deseos de un trabajo común para superar los problemas sociales. En muchas ciudades, pueblos y aldeas hay profundos círculos de rechazo y odio, donde se impide una convivencia y un trabajo en común. La libertad de opinión no conlleva la mentira y la manipulación así como la acusación gratuita, extendiendo en la opinión pública la calumnia y el insulto gratuito. Es cierto que vamos superando desencuentros y sanando heridas del pasado, pero todavía es largo el camino a recorrer. La solidaridad es también una realidad entre nosotros, que no siempre es valorada en su auténtica dimensión humana.

Con todos los defectos señalados y otros no señalados en esta reflexión, no podemos dejar de afirmar el nivel de estabilidad social y política que gozamos una gran parte de la sociedad vasca. Decir lo contrario es cerrar los ojos interesadamente a la realidad que nos rodea. Lo cual no debe ser obstáculo para señalar y afrontar de forma prioritaria deficiencias señaladas, como la precariedad y la temporalidad laboral, la desigualdad salarial y la no menor dificultad para acceder al mercado de una vivienda digna. Todo esto debe ser un estímulo para el compromiso de cada uno, allí donde puede ejercerlo. Es la herencia de una sociedad mejor que llegará también hasta nuestros hijos.

2. UNAS ELECCIONES RESPETUOSAS Y LIBRES. Por último, nos encontramos con una señalada fecha electoral, que se venía contemplando y preparando durante largo tiempo. Difícil decir algo nuevo que no se haya dicho sobre esta nueva convocatoria. Unas elecciones siempre son un motivo de alegría en un país democrático, no un interminable y triste combate de boxeo político.

1.- Pedimos a los partidos y a quienes los apoyan presentar programas, proyectos y soluciones eficaces a los problemas que padecemos, partiendo siempre de los medios reales disponibles. No nos podemos dejar llevar por un populismo barato e inconsistente, que exige y propone soluciones irreales a problemas complejos, creando así una frustración innecesaria. Queremos soluciones concretas, evaluables y revisables.

2.- Hay que demostrar, con un diálogo continuado y acuerdos, que en la vida política no siempre se tiene toda la razón en una de las partes. Hay que buscar la verdad del otro. En una sociedad pluralista, pactar es un signo de sabiduría y de gran efectividad práctica. Saber ceder no es perder, sino construir y avanzar

3.- Debe desaparecer de una vez por todas, la descalificación oral o escrita del oponente político, la información tendenciosa, la calumnia contra quien no piensa igual, la dialéctica permanente de enfrentamiento en la calle y en las instituciones... pues degrada a quien lo impulsa a la vez que engaña al pueblo. Mucho de lo que apuntamos es todavía una triste realidad entre nosotros y debe ser rechazado si queremos construir un pueblo acogedor, libre y democrático.