Coincide el calendario de este año de gracia de 2020 con el de 1936 y anda la derecha soliviantada embistiendo cual jabalí herido cara un nuevo 18 de julio, incluida la apelación a un levantamiento militar por parte de algún jerarca que disfruta de laureles europeos.

Esta derechona cavernícola, fanática, irrespetuosa, intolerante, reaccionaria, zafia, mal educada, rancia, hidalga "de gotera y bragueta", de ala triste y esgrima fácil, gesticulante, broncófila, colérica, irritante, de verbo malsonante, trabucaire, contubérnica, nacionalcatólica, de banderas al viento, picas en Flandes, prietas filas, palmas en alto y cara al sol ha hecho alarde de sus "virtudes" congénitas en las últimas sesiones parlamentarias.

Ella se autoproclama como la exclusiva detentadora del poder, centinela de occidente, vigía y salvaguarda de las esencias hispanas, admiradora confesa de las glorias del imperio español y hooligan sublimadora de los valores inherentes al Quijote, al que considera paradigma de la españolidad. Precisamente a sus preclaros dirigentes les recomiendo vivamente la lectura de esta obra, la más insigne e ingeniosa de la literatura castellana, por la que siento inmenso aprecio como el documento literario e histórico más crítico y revelador de una España donde ya se vislumbraba el ocaso imperial.

Si no son capaces de entender el román paladino cervantino del siglo XVI debido a sus débiles entendederas, no precisan un máster actualizado en esperanto peninsular y pueden acudir a la lectura del libro El contexto histórico-estructural de El Quijote, dotado de un léxico más actualizado.

La sociedad de la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del XVII era una sociedad compleja, contradictoria, en proceso de cambio y crisis, que Cervantes, magistral notario de su tiempo, representó como nadie en su novela polífónica, poliédrica, pesimista, de múltiples y variadas lecturas. El Quijote incluye un alto contingente magisterial del que se pueden extraer sabrosas enseñanzas para el presente.

Por El Quijote desfila una amplia panorámica de problemática social. Cervantes, satírico y doloridamente nostálgico, pasa revista a los múltiples problemas que aquejaban al variopinto mosaico de la sociedad española del Siglo de Oro: la crisis económica, la presión fiscal, la corrupción, el desgobierno de los validos, la justicia, la burocracia, la búsqueda del sustento, la guerra, el concepto del honor y la honra, la situación del campesinado, el bandolerismo, la pobreza, la picaresca y la marginación. Recorren sus páginas más de 300 personajes, que ofrecen el más variopinto, rico y complejo paisaje social de la época, metáfora y metonimia de una España, donde la oposición de contrarios hace que el realista Sancho se quijotice y el idealista Quijote, movido por el honor, la gloria y el amor, se sanchifique. Cervantes desembarcó en la aventura literaria desde su desventura vital, pues había probado las hieles de un tiempo de transición, cambio y mudanza en sus propias carnes. Probó las amarguras de la cárcel, la justicia, la cautividad, la guerra, la invalidez, la falta de libertad, las desavenencias familiares, las denuncias vecinales, las zancadillas de la burocracia, las estrecheces económicas e, incluso, la oscuridad de sus orígenes.

Cervantes reflejó y denunció la nueva concepción y rumbo de la economía, bajo el imperio naciente del numerario. Aparece nítido el triunfo de don dinero, pues como decía Sancho: "dos linajes solos hay en el mundo, que son el tener y el no tener". El pago dinario sustituye al trueque y a las viejas mercedes. Sancho reivindica el salario frente a la concepción vasallática del Quijote. La presión de una coyuntura hostil favoreció el aprendizaje de la corrupción, denunciado sin tapujos en El Quijote. El tacitismo acrítico, que promueve una actitud conformista y servicial de la Corona, lo barre todo. Los políticos se imponen a los juristas y el mecenazgo político al derecho. Es la época del encumbramiento social del advenedizo, beneficiario de la especulación de granos, revendedor de cargos, comprador de títulos y señoríos. El poder se transfigura, porque lo que no gira en torno a él, es marginación. Incluso el linaje se falsifica. La ética de la necesidad y del oportunismo triunfa sobre la ética estructural de los principios.

Junto a la denuncia de la corrupción, del nepotismo, aparecen guiños sugestivos a la utopía. Cervantes quizás pensaba que había que luchar por lo imposible para lograr lo posible y suspiraba por la utopía societaria de la edad dorada, que pone en boca del Quijote: "Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estos dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes... Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia... No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aun no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar ni quien fuese juzgado".

Cervantes ofrece una particular sensibilidad hacia la marginación. No era un personaje "políticamente correcto" y, aunque en ocasiones se plegó a los poderosos para sobrevivir en una España donde la crítica abierta podía suponer serios quebrantos, demostró una particular sensibilidad hacia los distintos colectivos marginados de la sociedad. Mientras moteja a la parasitaria nobleza histórica, hace una apología de las clases populares. De su pluma fluye una cálida y franca simpatía hacia los humildes y pobres y sale en defensa de los desvalidos, oprimidos y explotados como el pastorcillo Andrés, la cuerda de galeotes, el morisco Ricote o Marcela frente a los agresivos pastores.

Es el primer escritor, mucho antes que García Márquez, en inaugurar el realismo mágico. Cervantes, aunque miraba de reojo con simpatía el sueño de la edad dorada, el pragmatismo de su agitada experiencia vital en la edad de hierro provocó que tamizara el mesianismo nostálgico, utópico, irrealizable, quijotesco, de progenie judaica, cruzándolo con el realismo humorístico, benevolente y pancesco, de prosapia galaica, a medio camino entre Castelao y Cunqueiro, para desarrollar un realismo social, posibilista y reformista, con ribetes mágicos, en la línea de lo que afirmaba el arbitrista González de Cellorigo: "No parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que viven fuera del orden natural".

En El Quijote se atisba la despedida de un sueño imperial. El mundo en que nació El Quijote era un mundo de sensación de fracaso, de pesimismo, de humillación, de desengaño, tal vez de desesperación. Era la mentalidad subsiguiente a la derrota de la Invencible (1588), del tratado de Vervins (1598), del convenio con Inglaterra (1604) y de la tregua con Holanda (1609). Al margen de la realidad, España prefería soñar, sueño interpretado por Cervantes de manera sublime y contradictoria como un refugio ante el fin de un mundo. Según Pierre Vilar, dijo un "adiós irónico, cruel y sensible a los valores feudales, cuya desaparición del mundo prepararon los españoles sin quererlo y, paradójicamente, a cambio de su ruina, la supervivencia de su país. El secreto del Quijote se esconde en este dialéctica original del imperialismo español"

Cervantes manifiesta un cierto escepticismo patriótico. Se refiere al concepto de patria en numerosas ocasiones e insiste en la obligación por parte de los súbditos de defenderla. Pero resulta difícil discernir qué entiende por patria el autor de El Quijote y siembra un mar de dudas en el lector. En la mayoría de las menciones identifica patria con España o Castilla; otras con la aldea natal o patria chica (el Toboso), a veces con una ciudad (Granada o Barcelona); en ocasiones con una región (La Mancha) y solo en una ocasión nación sustituye a patria.

En El Quijote se inserta el más hermoso canto a la libertad: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos; con ella pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida, y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que pude venir a los hombres" (II parte; capítulo LVIII).

Cervantes apostó por la diversidad cultural y lingüística hispana. En el Quijote está claro que Cervantes parece tender a representar España como un espacio común, fertilizado por un mosaico rico en identidades diversas, unidas por lazos históricos, religiosos y políticos, cuyo cordón umbilical sería la figura del monarca. De hecho, no tiene reparo en admitir la coexistencia de lenguas como la aragonesa (II parte, cap. LIX) o la catalana (II parte, cap. LIX) y pide respeto para todas, incluida la "vizcaina", propugnando su uso:

"Todos los poetas antiguos escribieron en las lenguas que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaino que escribe en la suya" (II parte, cap. XVI).

No cabe duda de que Cervantes hizo gala de un antifundamentalismo y antibelicismo notorios. Más bien se inclinaba por el pragmatismo coyuntural y era favorable al ejercicio de la razón de estado en la polémica suscitada en la época entre tradicionalistas, fundamentalistas o fanáticos, forofos fervientes de la guerra frente a cualquiera que osase mancillar la religión, y los tolerantes. Sancho le decía al bachiller Sansón Carrasco: "Tiempos hay de acometer, y tiempos de retirar, y no ha de ser todo Santiago y cierra España" (II parte, cap. IV). En otra tesitura Don Quijote le replicaba a Sancho: "las cosas de la guerra, más que otras están sujetas a continua mudanza". Está claro que Trump y sus paniaguados no leyeron el Quijote, aunque dudo que hayan leído algo de provecho.

La Dialéctica entre cierre versus apertura en España circula por todas las venas de El Quijote y es un eterno problema, que también denunciaron poetas como Antonio Machado, con su verso "Españolito que vienes al mundo", y Goya, en su Riña a garrotazos. El "encantado" Quijote decía a su realista escudero: "Yo así lo creo -respondió Sancho- y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando a aquel san Diego Matamoros: "¡Santiago, y cierra España!". ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es ésta?" (II parte, cap. LVIII).

Cervantes estaba anclado en su presente sobre el que mantenía guiños escépticos, entablando un diálogo desasosegante con las instituciones, los debates sociales, políticos, económicos y culturales de su tiempo, la guerra, la política de raza, género y clase social, la crisis monárquica, la expulsión de los moriscos, la Inquisición, la razón de estado, el hambre, la peste, la crisis económica, la decadencia y el imperialismo.

Colocó muchas categorías en crisis, aunque no llevó a cabo un asalto despiadado contra ellas ni una crítica intencionada, imposible de publicar en la época. A pesar del paso de 400 años nos encontramos sujetos a ansiedades no tan dispares como las cervantinas: la razón imperial, la guerra injusta, los conflictos religiosos, los contenciosos políticos, las intolerancias, inquisiciones, torturas. ¿Los retos actuales se resolverán mediante la intolerancia del cierre o el diálogo de la apertura?