Paralelamente al desarrollo de una nueva actuación casposa de los diputados del PP y Vox en el Congreso a cuenta del uso del euskera, catalán y gallego en la Cámara, en Madrid se presentaba un informe de la patronal española de la pequeña y mediana empresa, Cepyme, en el que se volvía a poner de relieve el gran problema que tienen las compañías para cubrir sus vacantes laborales por falta de trabajadores.

A esos que ridiculizan el uso de esas lenguas en sede parlamentaria calificando al Congreso como un “karaoke”, curiosamente después de haber sido presidente durante 14 años de una comunidad que tiene el gallego como idioma oficial, o de “hacer el canelo”, viniendo de un territorio como Gipuzkoa, no les preocupó lo más mínimo la situación en la que viven las empresas españolas que tienen 150.000 puestos de trabajo sin poder cubrir, lo que significa el 1% de los asalariados, la cifra más elevada de vacantes que ha tenido hasta ahora el mercado de trabajo en el Estado.

Las causas hay que buscarlas en el componente demográfico con la caída de la tasa de natalidad, que en lo que se refiere a Euskadi es la más baja de Europa, y la desconexión entre el sistema formativo y el mundo de las empresas, que hace que las compañías tengan dificultades a la hora de encontrar trabajadores cualificados con perfiles de ciencias, tecnología, ingeniería, matemáticas, etc. Y todo ello cuando, paradójicamente, en el Estado español la tasa de desempleo alcanza el 11,6%.

La patronal guipuzcoana Adegi lleva mucho tiempo advirtiendo sobre este grave problema que afecta a tres de cada cuatro empresas, sobre todo en el sector servicios, lo que va a suponer que en los próximos veinte años faltarán un total de 80.000 trabajadores en el mercado laboral de Gipuzkoa.

La primera consecuencia de esta falta de personal es el estancamiento de la productividad y con ello la pérdida de competitividad de nuestras empresas que tiene un efecto negativo en el crecimiento del PIB. Por no hablar de un escenario de cierres de compañías como consecuencia de una reducción de la producción en la esperanza de encontrar los trabajadores adecuados que necesitan.

En el sector de hostelería de Gipuzkoa las dificultades para encontrar trabajadores se acrecientan, no ya por la situación demográfica, sino también por la baja tasa de desempleo existente en el territorio, que es casi estructural, con un 6,5%, a lo que hay que sumar la gran competencia que ejercen en este campo otros sectores como el industrial y el de servicios que cuentan con gran peso en el tejido económico guipuzcoano. Una situación que no se da en otras zonas del Estado, donde la ausencia de un componente industrial fuerte hace que la hostelería sea uno de los sectores más atractivos para encontrar un puesto de trabajo frente a la agricultura o el sector público.

Ante esta situación la Asociación de Empresarios de Hostelería de Gipuzkoa ha puesto en marcha este año una iniciativa pionera que trata de dar trabajo a inmigrantes sin papeles a los que, tras un período de formación, se les ofrece un contrato de trabajo, con lo que ven su situación administrativa regularizada, al tiempo que se facilita su integración social.

De los 27 inmigrantes que participaron en el proyecto, 20 continúan trabajando en el sector de hostelería y el resto en otros sectores. Ha sido tal el éxito, que la iniciativa va a ser presentada en foros internacionales como ejemplo de integración de inmigrantes.

Y mientras las empresas tienen grandes dificultades de encontrar trabajadores cualificados para cubrir sus vacantes, paradójicamente hay profesionales que, después de haber realizado sus estudios universitarios de ingeniería o arquitectura prefieren optar por un empleo público y se presentan a oposiciones de bomberos o ertzainas por la compatibilidad que estos empleos tienen con el disfrute de su vida personal. Con todo lo que significa de dilapidar unos recursos destinados para su formación en otras profesiones.

Este es uno de los motivos por los que algunos jóvenes médicos que acaban de terminar el MIR deciden aplazar su incorporación al mundo laboral durante un periodo de tiempo, a pesar de tener un trabajo asegurado nada más terminar su formación, teniendo en cuenta la necesidad de personal médico que tiene Osakidetza, sobre todo en las especialidades de Medicina de Familia y Pediatría.

Al margen de consideraciones importantes que se están observando entre los jóvenes en relación a la relativa actitud, disposición e interés que algunos demuestran a la hora de entrar a trabajar en una empresa, lo cierto es que el sector público concita un gran atractivo entre la denominada Generación Z, es decir, los nacidos entre mediados de la década de los años 90 y principios de los 2000. No hay más que ver que en las Ofertas Públicas de Empleo que lanzan las distintas Administraciones se llegan a presentar seis candidatos para optar a un puesto de trabajo, en clara competencia con el sector privado.

Por el contrario, se dan casos en el sector privado que a una ronda de entrevistas de diez candidatos se presentan cinco y cuando se seleccionan a esos cinco para ocupar el puesto de trabajo ofertado solo aparecen tres. Esta falta de compromiso y actitud positiva con el trabajo por parte de algunos jóvenes de esa franja de edad es lo que ha hecho que haya empresarios que están centrando la selección de trabajadores en personas por encima de los 30 años, que ya están establecidos e incluso pueden tener responsabilidades de pareja o familiares.

Según un estudio de la consultora de recursos humanos Randstad, el 38% de los jóvenes consultados manifiestan haber dejado un empleo por su vida personal, ya que rechazan aquellos trabajos que les impiden disfrutar de la vida. Por este motivo, los jóvenes de la Generación Z se dedican a opositar para poder acceder a un puesto de trabajo público debido a que ofrece estabilidad laboral y económica, seguridad en el empleo, beneficios, equilibrio entre el trabajo y la vida personal, contribución al bienestar social y posibilidad de hacer carrera a largo plazo.

Está claro que una mayor flexibilidad laboral para poder compaginar la vida laboral con la personal, en donde hay que incluir también la reducción de la semana laboral y el teletrabajo, se ha convertido en uno de los mayores valores demandados por parte de los jóvenes que acceden a sus primeros empleos, en lo que supone todo un cambio de paradigma.

Para estos jóvenes el trabajo no sirve de ascensor social, porque han visto incumplirse en sus carnes aquella máxima de que, a mayor estudio y formación, mayor progreso. Con esa frustración se han convertido en una generación resignada que se adapta al escenario en el que vive sin mayor preocupación y desde la desconfianza hacía todo lo que les rodea, salvo de sí mismos. Algo tendremos que hacer para recuperar a estas generaciones de jóvenes que, estando mejores formadas que sus antecesoras, responden a otros valores distintos a los convencionales hasta ahora. Me temo que estamos llegando tarde.