s honesto comenzar el reportaje por ese pequeño detalle que, quizá, no tenga mayor relevancia? ¿Le molestará? ¿Soy fiel al contexto, o me estoy pasando de frenada? Vaya por delante que la objetividad en el periodismo es un cuento. ¿Cómo no iba a serlo si lo que escribimos es fruto de lo que somos, y cada persona es un universo? Para rebaños ya tenemos a las ovejas. Porque formar parte de una masa acrítica nos convierte en autómatas, aunque sea cierto que más de un día, y de dos, nos vayamos a la cama con esa sensación. Y por eso mismo, por ese difícil equilibrio en el alambre que es contar las cosas a tu manera, asaltan las dudas en esta profesión. Y más cuando adoptas el compromiso de dar voz a quienes no la tienen, personas como tú y como yo que por circunstancias de la vida acaban invisibilizadas. Llenamos cuadernos con los testimonios de estas personas que han tocado fondo. Nuestra labor es dar forma a tantas emociones, que piden contexto. El miércoles pasado tuve la enorme fortuna de participar en una mesa redonda organizada por Cáritas en la Universidad de Deusto. Sí, hablamos de pobreza y de medios de comunicación. Y fue todo un acierto, porque es bueno salirse de uno mismo e intercambiar miradas, y más aún con profesionales comprometidas, como Arantxa Iraola (Berria) y Amagoia Mujika (Gara). l