a entrado en vigor la reforma legal que considera a las mascotas seres sintientes, es decir, que como miembros de la familia no podrán ser embargados, hipotecados, abandonados, maltratados o apartados de uno de sus dueños en caso de separación o divorcio. Es un paso que se quiere apuntalar con el anteproyecto de bienestar animal o, en Euskadi, con el proyecto de ley para la protección de los animales de compañía, que se encuentra en fase de tramitación parlamentaria. La sensibilidad hacia los animales, el reconocimiento de sus derechos, la reprobación de conductas denigrantes y la penalización del maltrato físico expresan una voluntad por establecer una nueva ética que supere la relación histórica que los ha considerado sujetos para uso y capricho del ser humano. Esta nueva conciencia es claramente visible en las calles de nuestros pueblos y ciudades. En Gipuzkoa, se estima que hay 100.000 perros, uno por cada guipuzcoano. Más que su abundancia llama la atención el trato afectivo y familiar que se les brinda. En este contexto, el papa Francisco acaba de criticar el egoísmo de los que prefieren tener perro a tener hijos. No parece el papa la persona más indicada para afear la renuncia a la procreación, una realidad tras la que se esconden factores de mayor peso. Pero también es cierto que frente al placer permanente que proporcionan las mascotas, los hijos exigen sacrificio en grandes dosis. Me viene a la mente aquella mujer que en la cola del super contó escandalizada que su hijo y su pareja dejaron el perro a su cargo, despidiéndose así del animal: "Te quedas con la amona".