a pasada semana, la hecatombe se cernió sobre la economía española. La hija pequeña del dueño de Zara, Marta Ortega, de 37 años, fue anunciada como nueva cabeza de la empresa Inditex. Los informativos nocturnos destacaron la situación con grandes aspavientos, derivados de la también inmediata caída de la empresa en Bolsa. Una, que no es experta en acciones ni en el mercado donde suben y bajan, no termina de entender qué es lo que llama la atención de la operación cuando el dueño y señor de un imperio le pasa las riendas a uno de sus herederos, en este caso una. Para ello, por lo visto, deberá orillar a quien ha sido director ejecutivo de la firma y la ha llevado a lo más alto del olimpo empresarial, mientras la prole madura. Sería muy llamativo que un ministro pusiese a su hija como sucesora en el cargo, pero que el dueño de un grupo empresarial elija a alguien de su familia para llevar las riendas de sus sociedades es lo normal. Pero es obvio que los mercados no confían en Marta Ortega. Si en vez de Marta hubiese sido Manuel, no parece que nadie se hubiese alarmado por el cambio en la dirección. Se da por hecho que la hija de Amancio, que ha mamado desde la cuna el ambiente empresarial y se ha formado en universidades para ello, no ha aprendido nada. ¿Por qué será?