as bendiciones y parabienes que recibió la declaración en favor de las víctimas de ETA por parte de la izquierda aber-tzale se han ido apagando a medida que avanzaba la semana y se acumalaban hechos que aguaban lo que en un principio se entendió como un paso adelante y que los más entusiastas incluso, llegaron a traducir como una enmienda a su finiquitada estrategia político-militar. El impacto inicial de la cuidada comparecencia de Otegi y Rodríguez apenas ha dejado un rastro que solo el paso del tiempo se encargará de testar la coherencia del compromiso para aliviar el dolor de las víctimas que se expresa en la declaración. En este asunto colisionan las dificultades internas de la izquierda abertzale para evaluar su pasado desde el prisma de los derechos humanos y la necesidad con la que el resto le apremia para que recorra cuanto antes la senda de la autocrítica por su responsabilidad con tanto dolor, a la postre, inútil. Difícilmente puede haber una política plenamente normalizada en este país sin soltar este lastre; en contra de lo que pudiera parecer, el paso del tiempo no lo aligera. Y es que la izquierda abertzale, sus marcas políticas, no son un agente cualquiera. Además de ser la segunda fuerza, tiene una presencia homogénea y, en muchos ámbitos, determinante. El pueblo vasco en cuyo nombre tanto sufrimiento se provocó merece ahora un gesto reparación claro y sin ambigüedades. Un gesto que, sin duda, está al alcance de sus posibilidades.