l huevo o la gallina. Yo tampoco sé qué fue antes. Pero sí que la relación entre las administraciones públicas y el ciudadano de a pie, al menos en nuestro universo, se rige por la desconfianza mutua. Hay una evidencia y es que las administraciones públicas tratan, cada vez más, a las personas como sospechosas, potenciales defraudadoras o tramposas, al menos. Pillines de tres al cuarto a los que hay que cerrar vías para que no eludan y cumplan sus obligaciones. Y las normas tienden a volverse poco flexibles, rebuscadas en ocasiones, ciegas ante determinadas vicisitudes, hasta el punto que a veces provocan incomodidades añadidas hasta el absurdo y hacen más difícil nuestro día a día, amén de más caro. Todo por tratar de atajar las malas prácticas de algunos, que no sé si de la mayoría. Y el resultado es una hiperregulación y una burocratización sin límites que alejan a las administraciones de las personas y alimentan aún más esa desconfianza mutua entre el aparato y la gente. Quizá el ser humano es malo por naturaleza, como defendía Maquiavelo. O igual somos buenos, como creía Rousseau, y lo que pasa es que nos han educado mal y la Administración es la justa vara que azota nuestras nalgas con afán corrector. Es posible que no tengamos remedio, quién sabe. De momento, solo nos queda desconfiar.