oy acaba agosto y, con él, el segundo mes de verano del segundo año de la nueva era de la pandemia. En Donostia hoy tocaría un día de espectáculos y actividades multitudinarias con motivo del aniversario del incendio que destruyó la ciudad en 1813 y que dio pie a su posterior reconstrucción como hoy la conocemos. Pero nada es como era y los actos serán más simbólicos que participativos. Nos vamos acostumbrando al bozal y mientras algunas afganas estarán ahora aprendiendo a quitarse el burka otras estamos resignándonos a llevar siempre la boca tapada, como les gustaría a los talibanes. Y con el fin de este agosto condicionado por el covid, abrimos una nueva página. Vuelven los escolares a las aulas, siguen los debates sobre las vacunas, vuelve la actividad a las instituciones y la luz seguirá subiendo de precio. Todo igual, vamos, pero con el virus de marras acechando todo lo que se le deja. A pesar de él, y a falta de conocer las cifras oficiales de visitantes, vaticino una fuerte subida del turismo respecto al año pasado. No hay más que ver las felices familias hablando lenguas de otras latitudes que se han paseado entre nosotros y han aguantado con estoica paciencia colas para comerse un pintxo o para desayunar en una terraza. Menos mal que hay guiris, que yo no hago cola para ir a un bar.