l del tráfico es un buen espejo en el que mirarnos para tener presente que ciertos comportamientos solo pueden conducirse por la senda adecuada para el bien común mediante reglas claras, cumplimiento obligatorio y sanciones a la infracción. Confiar en el voluntarismo de la gente con la salud pública en juego arroja resultados como los que estamos viendo estos días en sitios como Mallorca o Hernani. Ya advertían los médicos de que aún es demasiado pronto para dejar al criterio de la ciudadanía la decisión de usar la mascarilla, lo que unido a la libertad de reunión en exteriores, en pleno aterrizaje del verano, ha favorecido la mezcla de un cóctel que solo era cuestión de (poco) tiempo que explotara. No había que ser un experto para intuir que esto se veía venir. Si algo hemos visto en la pandemia es que basta la irresponsabilidad de unos pocos para que el virus se expanda a sus anchas. Y aquí, irresponsables no han sido solo los jóvenes. Se ha dejado hacer, bien sea por negocio o por bienquedismo. En todo caso, lo ocurrido demuestra la dificultad de conjugar el necesario regreso a la normalidad y la lucha contra el virus. Dar con el punto de equilibrio no es fácil porque las dos cosas al mismo tiempo no pueden ser, aunque hay quien las exige según sopla el viento de la epidemia.