levo ya seis días inoculado y en breve pasaré a ser un señor inmunizado, con su pasaporte covid y todo. El pinchazo y su parafernalia son un momentazo, por cierto. Tenían montada una especie de rave (fiesta) detrás del hospital. Una quintada de carrozas vestidos de jóvenes, pero sin kalimotxo, que hay que ser muy Cristiano Ronaldo y no haber probado este oro negro en tu vida para despreciar de esa manera una Coca-Cola. En Zumarraga estaban dando Pfizer a la mayoría, pero a unos pocos nos enviaron junto a Urgencias, a por la Janssen de dosis única. Los justitos de pelo, cogimos ilusionados el hecho de que nos metan un suero elaborado por un fabricante de champús, pero los efectos llegaron inmediatamente: cara de póker mientras esperas los 15 minutos de rigor que te han dicho que te estés quietito, por si te mueres allí mismo; salpicado de un watxapeo intermitente, desde la gracieta con la cuadrilla, al "estoy bien, cariño" a la parienta; luego se te pone cara de agente secreto y escudriñas al personal para ver cómo se conservan los de tu especie (este proceso ya había empezado mientras hacías cola). Los hay con mala pinta, sí, pero constatas que la bici y el running están causando estragos y que la silueta raya el notable alto (los caretos, los de siempre, eso sí). A la siguiente pandemia voy con pelo.