ay días buenos y otros menos. Días empachados de malas noticias, de la pandemia y de las otras, que nos llevan a la cama con los líos dando vueltas por las neuronas. Pero he encontrado un antídoto. Un programa de televisión que me arranca una carcajada. En el First Dates de Sobera, me sobra Sobera, las camareras, el guapo coctelero y todo el relleno televisivo. La ración que me interesa es la chicha, la propia cita. Me pego una ración de tres o cuatro conversaciones flipantes, que me endulzan el final de la jornada, y se me olvida lo malo. No sé quién se inventaría este programa aunque seguro que es anglosajón, un entorno donde las primeras citas deben ser un clásico. Aquí no se estilaba. Somos más de bares. Al menos hasta que llegó Tinder. Ahora sí. Ahora todos como los judíos ultraortodoxos, que quedan por medio de casamenteros en cafeterías de hoteles para conocerse y apañar un matrimonio. Solo que aquí, menos modositos y castos. Como en First Dates. Por cierto, ahora que una moñoña nacionalsindicalista ha culpado a los judíos de todos los males del mundo (otra vez), que sepa que somos más parecidos a ellos de lo que se cree y que si usa Tinder igual se lo tiene que agradecer.