o he llegado a cumplir la edad en la que murió Cristo y dos compañeros ya me han insinuado que empiezo a tener una edad. Yo que siempre había pensado que había nacido viejo, les voy a tener que dar la razón: me he encontrado una cana y, lo más preocupante, empiezo a no entender el propósito de determinadas cosas, al más puro estilo de Juanma Molinero cuando tiene que pedir que le traduzcan el lenguaje de su descendencia. Si en la pandemia no me subí al carro de TikTok, no puedo más que mirar con extrañeza y fascinación a una plataforma como Twitch que, por si no lo saben, es un servicio desarrollado por Amazon que permite a cada usuario emitir vídeo en directo por Internet. En un inicio era un lugar para gamers, y youtubers, tanto andorranos como locales, y con el tiempo ha ganado adeptos entre políticos disfrazados de Jimbo Jones. Lo que me inquieta, no obstante, no es nada de esto que viene de serie, sino descubrir que existen adolescentes -también en otras plataformas- que emiten durante horas en directo sus maratonianas jornadas de estudio en silencio mientras leen y subrayan apuntes para que el que está en casa haciendo eso mismo no se sienta solo. Y en estos tiempos de confinamientos, no sé si es una locura o una genialidad. Quién fuera joven para saberlo.