ese a su decisiva intervención en las dos Guerras Mundiales, Estados Unidos siempre ha tenido mala prensa en Europa. En tiempos de la Guerra Fría, existía un fuerte sentimiento antiyankee, una postura que el país del Tío Sam alimentó con su imperialismo criminal y su capitalismo feroz. La caída del comunismo y el final de la política de bloques pareció dejar a Washington pista libre para gobernar el mundo a su medida. Incluso, hubo quien anunció que habíamos llegado al final de la historia. Una exageración que el atentado de las Torres Gemelas y la deriva posterior, con la guerra de Afganistán y la invasión y destrucción de Irak, unidos al renacimiento de China, se han encargado de desbaratar. Sería una osadía poner en cuestión el potencial político, militar, económico y cultural de lo que ellos llaman América, víctima también de clichés que simplifican una realidad que tiene muchas capas. Pero lo ocurrido en esta legislatura con Trump y esta semana con el asalto al Capitolio suena a la caída de un mito. Pocas lecciones puede dar Europa al mundo, pero echando un vistazo a lo que tenemos al este y al oeste, su proyecto de unión, con todas sus imperfecciones, creo que sale reforzado para navegar en este siglo como alternativa a los poderes que representan Washington y Pekín.