ecuerdo cuando de chaval mi madre me dijo que 20 años no eran nada, que pasan en un santiamén. Pensé algo así como ya estamos, comentarios de viejos, esta ha perdido la cabeza. ¿Cómo no iban a ser nada 20 años, más de lo que había vivido hasta ese momento? Desde entonces las hojas del calendario caen como las de un árbol mecido por el viento en otoño. El paso del tiempo es cada vez más ligero, corre que se las pela, y echando un vistazo por el retrovisor asombra que hayan pasado, por ejemplo, quince años desde que nació este periódico. Pero hay un discurrir del tiempo y una cronología, digamos, objetiva, y otra cuestión bien distinta es la sensación que tenemos con respecto a todo ello. Dentro de diez días se cumple un año desde que se notificó en Wuhan (China) el primer caso por coronavirus. Te pones a pensar y da la sensación de llevar toda una vida en medio de esta pandemia, como si se hubieran diluido las fronteras del tiempo, estableciendo un orden matemático diferente al estacional. La primavera nos fue arrebatada por el confinamiento; el verano se convirtió en un desfogue para recuperar el tiempo perdido que ha condicionado el otoño. Y en estas que arranca hoy un invierno con una incógnita aún por despejar.