ocinar sin olfato es como conducir a ciegas. Lo que no huele, a nada sabe, y todo es como patata cocida con distintas texturas. Es lo que toca cuando pasas el covid, que lo mismo te da que te da lo mismo bogavante que zanahoria. Es una sensación extraña la de no oler. Te pierdes muchas cosas. Cuando te levantas por la mañana y abres la ventana no hueles a tierra mojada. Cuando te tapas en la cama con las sábanas recién cambiadas, no hueles a limpio. Cuando metes el bizcocho al horno, no hueles a rico. Pero sobre todo, perder el olfato te provoca una sensación de vacío y de miedo. Cuando lo vas recuperando, recuperas la tranquilidad y piensas que lo peor ha pasado y que, por suerte, has librado. Y piensas que eres afortunada, que hay mucha gente que lo está pasando fatal. Y sales al balcón a oler, a oler todo lo que puedas, como con ansia. Y vuelves a la calle y te sientes libre, como recién salida de una jaula. Y vuelves a decir, qué suerte he tenido. Y te enfadas, mucho, muchísimo, cuando ves a esas personas a las que todo les da lo mismo, que piensan que nunca perderán el olfato o algo que es irrecuperable, la vida y menos les importa que la pierdan los demás. Esas personas huelen mal, muy, muy mal. Huelen a egoísmo. Buf, qué mal huelen, apestan.