omo cualquier juguete de Navidad del que nos aburríamos antes de volver al cole, la participación política no nos interesa. La ola del 15-M no ya es que haya pasado, sino que el agua se ha evaporado. Ese vapor queda en forma de "no nos dejan participar" entendido más como ataque al gobernante que como queja práctica. Porque no permitir una votación directa tiene mala imagen y esa crítica puede doler, aunque luego no participe nadie. La última consulta bajo el techo de EH Bildu evidencia que hasta Suiza -donde pese a estar a la orden del día, los referéndums pocas veces superan el 50% de participación- queda lejos. Le ha ocurrido a la coalición soberanista, pero podemos abrir apuestas de en cuántas formaciones más pasaría lo mismo. A Podemos, que ha articulado las votaciones internas como una forma de ser, le sucedió en las primarias para las forales de 2019: participó solo el 12% de sus inscritos. El de EH Bildu a los presupuestos españoles salió adelante con la participación de 1.588 afiliados. La coalición cuenta con más de 1.300 representantes públicos, a los que hay que añadir los afiliados que trabajan en las instituciones públicas. Rondarán, si no superan, los 1.588 votos registrados. A la vista de los números, algo falla. Y lo más probable es que no sea solo en esa casa.