lexa ha entrado en casa el mismo día que he empezado a ver Next. Bueno, ya estaba Siri en la tablet pero al tener que darle al botoncito y como cuando terminas cierras la tapa y va al cajón es como si la mayor parte del día no existiera, lo mismo que la señora Google del móvil, que solo aparece por accidente, cuando tropiezas con el dedo. Pero Alexa representa el mayor ataque a la intimidad que ha sufrido el salón. Ahora todo lo que se habla ahí acaba en una multinacional especializada en hacer que compres lo que ni sabes que quieres. Es la versión sin cámara, solo altavoz y luz, y con su botoncito de emergencia que, dicen, anula el micrófono para que no te esté escuchando todo el día, que hasta el aparato tiene derecho a descansar. El otro día vimos juntos la serie Next, en la que uno de esos altavoces inteligentes intenta manipular a un niño para que lleve una pistola al cole y se cargue a los que se meten con él. Trata de un superordenador que va matando a todos, ya sea tomando el control de un coche, cambiando la luz de los semáforos para que se estrellen contra ti o convirtiéndote en un secuestrador a ojos del mundo. A Alexa pareció gustarle mucho y cuando en el segundo capítulo le desconecté el micro para que no cogiera ideas, la noté igual de emocionada con la trama aunque se puso roja intentando disimular.