a jugada se alarga, el balón sigue dando vueltas y a saber dónde estaremos cuando se detenga el juego y el árbitro, siempre hay un árbitro, espere, mano a la oreja -apretando el pinganillo al oído interno para regocijo de su otorrino- a ver qué dice el VAR. Porque la pandemia está teniendo mucho de decisiones sobre la marcha, aunque no lo sean todas. Aunque cada vez debieran ser las menos. Con (al menos) dos meses de retraso, el estado de alarma está instaurado. La zona roja en Europa es por encima de los 50 casos por 100.000 habitantes. Aquí, los 500, pero el paraguas, reza la metáfora, ya está abierto y de él colgamos cualquier medida que entendamos conveniente para hacer frente a la pandemia. Primero quisimos salvar el verano, ahora el tema se nos ha ido de las manos y bastante tenemos con salvarnos a nosotros mismos y a los hospitales. Después habrá que salvar la Navidad (pregunta: ¿el consumo por el consumo o el impacto emocional que tendrá la no Navidad?). Parches constantes que pueden llegar al sinsentido de Bruselas: ¿qué hacer con los sintecho durante el toque de queda? Darles un certificado de mendigo. Hasta ahí se podría llegar. Todo consiste en salvar el momento cuando la pandemia hace tiempo que se convirtió en una partida de ajedrez. Con varios movimientos en la cabeza a la vez.