l principio me costaba más. Bueno, yo diría que era un puntito de inseguridad y me quedaba mirando fijamente a las personas antes de saludarlas. Era como si necesitase verificar dos o tres veces que la persona que se escondía tras la mascarilla era la que conocía. Pero pronto vi que sí, que acertaba, y que con los ojos, la expresión, y esa pose propia que tiene cada individuo, no fallaba una. Ahora voy saludando de acera a acera a gente escondida tras su mascarilla, y me devuelven el saludo, lo que es una buena señal, en mitad de toda esta mierda del coronavirus. Y estoy muy arriba, lo admito, crecido, porque de alguna forma, las personas, en este mundo de máquinas que guían nuestros designios, seguimos siendo tanto o más útiles que algunas super herramientas dotadas de tecnología ultrasuperplus. Pues eso, que el que no se entera ahora es mi smartphone. Y como el mío, otros muchos, por no decir todos. ¿Reconocimiento facial? ¡Y un carajo! Mucha inteligencia artificial, mucha tecnología, pero el cacharro no se apea de quién tiene delante y cada vez que le pongo el jeto para que se desbloquee, me dice que no reconoce el rostro y me hace teclear el código de marras. Mucho lirili y poco lerele. Un punto para la inteligencia natural. PD: Quiero vacaciones... ¡Como las de antes!