na central sueca ha detectado altos niveles de radioactividad que no se sabe de dónde vienen y retrotraen al pasado. El 28 de abril de 1986 la central nuclear de Forsmark tensó las orejas: un trabajador acababa de dar positivo en un detector de radiación. La central estaba bien. ¿Entonces? Los isótopos radioactivos llegaban de lejos, casi 1.250 kilómetros, que en distancia nuclear no es nada. Ese mismo día el físico bielorruso Vasily Nesterenko fue a ver al líder del Partido Comunista en la república y le preguntó por qué los indicadores de radiación estaban desatados. Nikolai Sliun'kov -relata Kate Brown en Manual de Suprevivencia- llamó a su homólogo ucraniano. La central de Chernóbil, a tres kilómetros de la frontera, había sufrido un incendio. Ucrania mantuvo la fiesta del 1 de Mayo, porque lo primero que receta un gobernante desbordado en una situación anormal es normalidad. Nesterenko hizo recomendaciones que Sliun'kov desechó. No dramaticemos, pensó, y frente al pánico, ordenó confiscar los medidores de radiación. La realidad es una cosa a la larga innegable (si lo destaparon los suecos...), pero moldeable (retiremos los medidores). Una estrategia que, por cierto, Trump ha reconocido seguir: a más pruebas, más positivos y más miedo, así que hagamos menos pruebas y seamos felices.