oy puede parecer una evidencia, pero no hace tanto, el mayor reto de los sectores más sensibilizados con la violencia machista era que las víctimas del maltrato se atrevieran a dar el paso crucial de denunciar a su agresor. Para protegerlas en este trance se ha ido construyendo un andamiaje legal que proporciona un mínimo de seguridad para emprender este recorrido con la protección de las instituciones, la policía, los jueces y la adhesión de la mayoría de la sociedad. El sistema todavía presenta lagunas pero, en líneas generales, funciona y en términos históricos el paso, en apenas 30 años, ha sido de gigante. Por eso, es frustrante lo ocurrido esta semana con la denuncia en los medios de comunicación de, por lo menos, cuatro casos de agresiones sexistas ocurridas en Zarautz y Hernani. Denuncias que han sonado a llamadas de auxilio de unas víctimas que no han encontrado el amparo para afrontar esta situación. Reconozco mi ignorancia respecto a ese protocolo feminista que Sortu ha aplicado en el caso del bar Arrano de Zarautz, designando un intermediario entre agredida y agresor que si algo no transmite es imparcialidad. Pero me ha recordado a esos tiempos en los que la Iglesia, a través de sus soldados, ejercía esa función de intermediario social y reconvenía a las mujeres maltratadas para que aguantaran a su marido.