ormalidad. Es un concepto que tememos y deseamos y una palabra que empezamos a escuchar cada día, como cuando se espera la llegada del verano, no el de la fecha oficial sino el del buen tiempo. Pero la nueva normalidad no será igual que la antigua. Si hacemos caso a los que entienden, llegará algún momento en el que este último virus se quede más tranquilo y los humanos podrán reunirse, acercarse, reírse desenmascarados€ No sabemos cuándo. Pero algo en nuestro interior se habrá reformado. La precaución será una constante en las vidas. Quizás cambie el tipo de ropa que se vende en las tiendas y las marcas de ropa confeccionen sus propias mascarillas, que ya han dejado de resultarnos cómicas. Incluso la garrafa de agua de cinco litros a modo de escafandra ya no nos resulta tan ridícula. No me extrañaría que se pusieran de moda las túnicas o capas finas aptas para usar y lavar y que alguna casa parisina saque en sus colecciones velos para el rostro. Todo se andará. Es un misterio. La economía ya está malita también y habrá que intentar curarla. Y todos a una. Mordiéndonos la lengua en ocasiones y tapándonos los oídos para no escuchar discursos de odio, que también en esto han encontrado un sustancioso caldo de cultivo.