Me había propuesto no hablar del coronavirus y no porque no le dé importancia, sino porque creo que tan importante como informar de forma responsable es serenar e, incluso, entretener para que, algunos minutos al día, nos sea posible pensar en otras cosas, aunque lo que pase sea muy grave. El miedo es humano, pero nos hace más miserables. Correr a vaciar supermercados y hacer acopio de botes de lentejas, garbanzos y alubias es miserable; guardar en el armario 300 paquetes de compresas incluso si has pasado la menopausia, es miserable; pensar solo en uno mismo y en su salvación, como si nos enfrentáramos a las siete plagas, es miserable. No acordarse de los refugiados que están en Grecia, es miserable; olvidarse de que casi a diario asesinan a una mujer, es miserable. Lavarse las manos frecuentemente, evitar montar la fiesta de las fiestas, no acudir corriendo al centro de salud con fiebre y tos sin importarte si contagias o no y hacer caso a las recomendaciones de los expertos, es generoso. Porque se contribuye a que la expansión del virus, al menos, se ralentice y no se colapse nuestro sistema sanitario. Cuando todo pase, tendremos que recuperar los abrazos no dados o los besos perdidos, porque esta humanidad que se vuelve miserable por el miedo lo necesita.