Han atacado el hogar de Aritz Otxandiano, responsable de sostenibilidad de Fagor y miembro del consejo de EKHE, empresa promotora del diario Gara. Además, es hermano de Pello, coportavoz de EH Bildu. El dato debería dar igual, pero quizás amplíe el margen para la empatía. Tampoco debería importar que la causa sea su postura sobre las energías renovables, tal como antes era, por ejemplo, la construcción de una autovía. Una canallada es una canallada, se cometa por un valle o por un llano.

El propio Aritz ha contado que entre siete y diez personas lanzaron dos bengalas contra su casa y escaparon en dos coches, lo cual recuerda a aquellos lanzamientos de cócteles a los balcones y la huida en la oscuridad. Y tiene infinita razón al subrayar que se han traspasado todos los límites ya que, aunque no ha ocurrido nada grave, podía haberlo hecho. Quien banalizaba el daño y ridiculizaba el dolor en barbaridades similares, haría bien en escucharle. Quien frivoliza hoy su denuncia, también. Un porro no te lleva al fentanilo, pero para acabar matando ayuda bastante haber insultado, empujado, escupido y agredido con antelación. Es lo que tiene la deshumanización, que convierte al vecino en cucaracha.

Antaño la víctima podía ser delegado de Ferrovial o director financiero de El Diario Vasco, y el espanto incluía desde el destierro hasta el crimen. Sin duda existen grados en el acoso, y diferencias ideológicas entre los acosados, y excusas varias para joder la vida al prójimo y su familia. Lo que no cambia es el carácter totalitario, injusto y cerril del verdugo, y no digo fascista porque a saber qué significa eso ahora. Pero ya nos entendemos.