Y noche de amor. Caminaba el alcalde de Madrid por el recorrido de la Cabalgata cuando un niño lo llamó desde la acera y le grito: “¡Almeida, Almeida, ¿has pedido a los Reyes Magos que se vaya Pedro Sánchez?”. Él se acercó y contestó que sí, que claro, entre las risotadas de los asistentes y, supongo, de los progenitores del chaval, que serían quienes grabaron la escena. Todo muy edificante, muy educativo, muy buen rollero, muy navideño. Qué ascazo.
El alcalde perdió una didáctica oportunidad de responder que ese no era momento para cosas de mayores, y que en una noche tan hermosa no se piden deseos negativos. Y podía haberle cantado a ese loco bajito, enloquecido de ideología, que deje ya de joder con la pelotita o, mejor, que se vaya por ahí a jugar con ella. Y podía haber reprendido a los familiares por usar al crío para sus movidas partidistas. Si ellos le enseñan a comportarse así, que no exijan milagros a profesores, tutores, orientadores y pedagogos.
El mal nunca anda solo. En un barrio sevillano, la multitud que esperaba a la Cabalgata saltó de los estribillos patrióticos a los coros ecuménicos –“¡Pedro Sánchez, hijo de puta!”– sin duda muy acordes con el espíritu de la epifanía y apropiados para oídos infantiles. Dado que no se escandalizan las instituciones locales ni los Abogados Cristianos ni la Iglesia Universal, quizás ya se ha abierto la veda para convertir la mirra en mitin, y no nos hemos enterado. Ya lo estoy viendo, el año que viene, bajo una lluvia de caramelos: “¡Los Borbones, a los tiburones! Asirón, Asirón, ¿has pedido a Olentzero que dimita Toquero?”. Al parecer sociedad enferma no hay sólo una, que ya son cincuentaiuna.