El presidente del partido gestor achaca la bajadita, ¡la bajadita!, de los suyos en las urnas a la polarización y la españolización, males ambos que según parece no afectan al sempiterno adversario, quien aun con esas trabas prosigue la subidita. Ni una sola palabra sobre la incomparecencia ideológica en asuntos clave, la ausencia de propuestas ante el reto identitario, el desacomplejado clientelismo, la cesión del espacio cultural, en fin, a qué seguir.

Desde aquí lo digo: uno se puede vender como muro de contención ante el fogoso vecino, trinchera foral ante Madrid y Exin Castillo ante la ultraderecha cósmica. Pero algún día te van a preguntar, en el barro o en la almena, qué hay de lo mío, lo personal, lo concreto, sea el sistema educativo, la sanidad pública, la dirección del funcionariado o la seguridad callejera. Y también te preguntarán qué hay de lo mío, lo propio, lo nacional, sea el futuro demográfico del país, la pervivencia lingüística, el modelo económico o cierto modo de vida. Sin duda resulta imposible tener todas las respuestas, pero mientras se elaboran convendría al menos no copiar tanto las del prójimo.

Quienes han ascendido lo han hecho de forma sensata y tartamuda, animosa y renqueante, tras un proceso larguísimo y paciente, con altibajos y contradicciones, errores y disculpas, corrientes y ojerizas, críticas y deserciones, y lo que te rondaré, morena: es lo que tiene convertirse en un partido normal. Quienes han descendido, en cambio, lo han hecho muy felices de la mano y sonrientes hasta alcanzar el abismo. Igual me equivoco en todo, pero de bajadita, nada.