Habituados al abuso del topónimo como representante de todo un vecindario, parece lógico mostrar escepticismo al leer que “Sopuerta rechaza el centro de menores”. No obstante, se confirma pronto que en este caso la personalización es justa, pues una mayoría absolutísima del municipio vizcaino ha firmado contra el realojo de más de cien menas en una antigua residencia. Incluso ha logrado que un paisano intente acabar con el problema tirando de bilbainada: ha ofrecido un millón de euros para comprar el edificio antes de su apertura.

La izquierda soberanista gobierna allí tras haber superado al nacionalismo gestor, aunque ambos suman otra mayoría aplastante, la del eje bien buenista. Sin embargo, en fin, el chiste se cuenta solo. De nuevo asistimos a un ejemplo de la lejanía entre el país oficial y el real, del abismo que separa las reivindicaciones ideológicas y las cuitas domésticas. Una cosa es aplaudir online al Aita Mari y otra muy distinta elegir colegio para la prole. Una cosa es desear que el mundo vaya mejor cuando tal deseo nos hace mejores, y otra muy distinta arriesgarnos a vivir peor, y tratar de prevenirlo siendo peores.

Hace poco informaba el Teleberri de un hermoso proyecto llevado a cabo con los menas de Marcilla. El reportaje era sin duda apropiado y necesario. Lo grave, lo que dificultaba verlo con los ojos limpios, es que jamás se ofrezca la otra cara de la moneda, como si cierta inmigración sólo fuera fuente de alegría, piedad o bulos. Así que con tanto empeño en vender contra la evidencia que nunca pasa nada, se ha conseguido exactamente lo contrario: que la gente crea que siempre pasa todo. Enhorabuena.