A mí que un paisano escale de segurata de obra a machaca de disco me parece muy digno y normal. Claro que, visto lo visto, igual de digno y normal le parece a casi toda la clase política que el trepa se convierta después en turbio recadero, chófer insomne, guardaespaldas perenne, asistente personal y asesor de todo un ministro, y de postre consejero de Renfe. Entre medio sacó tiempo para ser condenado dos veces por repartir mandobles. También le parece muy digno y normal a casi toda la clase política que la mujer del maromo, sin experiencia ni estudios en el ramo, fuera colocada de ayudante de secretaria en un ministerio, casualmente liderado por el mismo padrino. Así mostró la beneficiada una ejemplar oposición a opositar, tarea ingrata reservada al vulgo.

Y reitero que le parece digno y normal a casi toda la clase política porque a izquierda y derecha, de nación a nación, sigue infestada e infectada de saltimbanquis semejantes, sujetos cuya pétrea fidelidad y silencio lacayuno los empieza pagando su partido y termina abonando usted. Por eso el gremio hoy subraya el chanchullo puntual y olvida, se empeña en olvidar, un escándalo mucho más extendido, transversal y estructural: el hecho de que cualquier sumiso militante puede reptar, anidar y soldarse a la variada estructura institucional sólo por ser escudero de algún figurón, a menudo otro escudero devenido mecenas. Se me recordará, y es justo, la honradez de muchos cargos públicos, pero no sirve de consuelo. Pues también los buenos conocen el medro y aceptan la compañía de esos otros, la peña que ni siquiera necesita una puerta giratoria. Siempre le apañan un ascensor.