¿Una única denuncia sin consistencia jurídica alguna puede arrastrar a un presidente de gobierno a su dimisión? ¿Una campaña de insufrible acoso a tu entorno familiar, tampoco muy diferente al desgaste personal sufrido por algunos conocidos cargos públicos, tiene la fuerza suficiente para comprometer la estabilidad institucional? Pedro Sánchez se lo está cuestionando durante cinco días. La inédita reflexión de un dirigente mundial sobre la verdadera dimensión ética de la política, mientras su encarnizada oposición considera sencillamente que todo se reduce a una estratagema más de tan camaleónico dirigente. En todo caso, otra muesca, pero ésta de calibre desmedido, para ensanchar la hiriente polarización de una agitada guerra partidista tan abominable que impide la mínima reflexión serena que abogue por ir recuperando la cordura.

Jamás una crisis de Estado ha sido engendrada por semejante causa en ningún rincón del mundo. Quizá ahí radique la causa de la conmoción generalizada y complique su discernimiento. Sánchez vuelve a sorprender con su manual. Desde un comprensible desgarro personal por la afección familiar sufrida, denuncia como víctima una conspiración (ultra)derechista de acoso y derribo que, en fondo y forma, le permite señalar a sus verdugos para así galvanizar a los suyos. Y lo hace bajo el manto de una necesaria apelación a tomar conciencia social sin demora de que empiezan a socavarse los cimientos democráticos mediante usos espurios –posiblemente con razón– de la acción política, mediática y hasta judicial a los que se debe poner coto. No hay puntada sin hilo en cada movimiento del líder socialista cuando se siente acosado.

Sin embargo, esta súplica de agitación moral, que viene acumulando elogios porque destila poros de sensibilidad humana, cae en suelo pedregoso en un amplio sector de la sociedad española. Hay un amplio espectro ciudadano de claro sesgo ideológico que no se lo cree. Sencillamente, lo asocian a otra mentira encubierta de Sánchez siguiendo el argumentario del Ayusismo. Son esa legión de ciudadanos fervientes del amor patrio que jamás le perdonarán haberse sometido a Puigdemont renegando de sus principios. Conforman un muro de obstinada resistencia sobre el que el PP argamasa un incisivo antagonismo, demasiado próximo a la histeria por su excéntrica desmesura crítica y alejado de una revisión crítica de su tortuoso idilio con la corrupción, quizá porque intuyen otra rápida oportunidad para llegar al poder.

Ha alcanzado la agitación tales ensordecedores decibelios que no hay hueco para la tregua ni el debate sosegado. Ni siquiera la podrá tener Sánchez en su retiro espiritual de cinco días. Sus apoyos incondicionales, cuando no la incitación del activista Zapatero a las movilizaciones, le incitan a desterrar su idea del abandono. Imposible claudicar ante el fascismo de corbata y papel, le vienen a decir entre WhatsApp y declaraciones mancomunadas. En paralelo, también escuchará el presidente esas voces que reducen sus intencionados cuatro folios simplemente a otra de sus tácticas camaleónicas. En este caso, para engrandecer su perfil de mártir asediado por el lawfare y las fake news y proclamarlo con un descomunal golpe de gracia justo ahora que se avecinan las elecciones europeas y el resultado catalán le puede complicar la estabilidad de su mayoría parlamentaria. Nada sería casual.

Mientras se entrecruzan las apuestas más diversas sobre cuál será el signo de tan ansiado desenlace, el miedo recorre la médula de la mayoría parlamentaria. Resulta comúnmente aceptado que una maniobra de este calado solo puede verse correspondida con una solución acorde a la magnitud del seísmo generado. La onda expansiva supera las fronteras. Ahora, ya toda Europa lee al mismo tiempo Begoña Gómez y corrupción. Se ha ido demasiado lejos sin que nadie conozca la auténtica verdad.

Así las cosas, resulta fácil imaginarse que un escenario sin Sánchez abre irremediablemente la puerta del poder a la derecha. Por eso, en Sumar cruzan los dedos en favor de la continuidad del presidente, conscientes de la levedad de su propio ser como coalición y en medio de buscarse a sí mismos. Hasta en el propio PSOE se miran angustiados por la carencia de una alternativa sólida ante un hipotético adelanto electoral en julio. Y en Catalunya, a su vez, los independentistas asisten molestos al inopinado cambio de guion que les ha supuesto este rato del presidente español en el diván. La campaña de ese 12-M tan determinante para el puente aéreo ha comenzado trucada.