Hay pautas de conducta tan significativas como preocupantes. El pasado 4 de marzo, en Olite, justo antes del acto en que Navarra se hacía cargo de la presidencia de la Eurorregión que conforma con la CAV y Nueva Aquitania, tres agricultores profirieron insultos machistas contra la presidenta, María Chivite.

Aunque trascendió anteayer, tres semanas después, varios estudiantes de Derecho de la muy selecta Universidad de Navarra que pasaron por el Parlamento foral pintarrajearon faltadas del pelo en el libro de visitas de la cámara.

Además de “etarra”, “zorra” era, como en el caso de los machotes de Olite, la ofensa anotada por los que, andando los años, ejercerán como abogados, fiscales o jueces. Quisiera uno sorprenderse, pero, por desgracia, no hay lugar al asombro. Los comportamientos de unos y otros responden a una tara que, en lugar de superarse, como creímos ingenuamente que ocurriría, va a más.

No es una chiquillada

Celebro que la entidad académica de honda raigambre haya expresado su rechazo sin fisuras a la actuación incalificable de sus pupilos. Se aprecia el gesto de haber pedido las imágenes para investigar los hechos, una vez tuvieron conocimiento de que habían ocurrido.

Más me cuesta creerme que, como se ha publicado, hayan sido los propios alumnos los que dieran el paso de reconocerse autores de la fechoría y, menos aún, que se muestren profundamente arrepentidos. No estamos hablando de una gamberrada de escolares de ocho años, sino de una pretendida protesta de unos tipos a los que se les presupone la suficiente madurez como para ser conscientes de las consecuencias de sus actos.

No es que uno sea partidario del castigo por el castigo, pero en el caso que nos ocupa, es evidente que tiene que haber algún tipo de sanción que vaya a más del tironcete de orejas.

Como complemento, añadiría la viejuna penitencia de hacer escribir mil veces en el encerado (que ahora será electrónico) que hay que respetar las ideologías de los demás y, con doble subrayado, que utilizar el término “zorra” como insulto a una mujer –sea presidenta, abogada o limpiadora– denota una inmensa miseria moral.