Los caprichos del orden alfabético. Casi inmediatamente después de que escucháramos el no al dictamen de la ley de amnistía en labios de la portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, penetró en nuestros tímpanos la misma negativa por parte de Alberto Núñez Feijóo.

Ningún ser humano presente en el recién remozado hemiciclo disfrutó tanto de la jornada como el presidente del PP. Aunque sea pírrica y con posibilidad de (nunca mejor dicho) enmienda en el partido de vuelta, esta victoria se la anota en su casillero.

Y sí, podremos coincidir en que, al final, no se ha roto nada de demasiado valor. Simplemente, el proyecto vuelve a la cocina durante un mes y se intenta un nuevo acuerdo que, esta vez sí, debe prosperar por lo civil o por lo criminal. Pero entonces, quedan muchas cosas por explicar.

¿No era muy urgente?

Por empezar por lo más simple, la urgencia que ahora parece que ya no es tanta. Nos habían convencido de que había que hacer la ley a la velocidad del rayo y ayer nos vinieron a contar que no era para tanto.

Mirando a lo que está por venir, si finalmente hay acuerdo y se atienden las exigencias de Junts, ¿cómo lo van a justificar el PSOE y las formaciones de la (no tan) mayoría pluricional que votaron a favor del dictamen y que se pasaron el día justificándolo en que el texto propuesto era irrebatible?

¿En qué papel quedará, particularmente, ERC, cuyo líder se supone que indiscutido, Oriol Junqueras, defendió el proyecto con uñas y dientes, al igual que el también republicano president de la Generalitat, Pere Aragonès?

En realidad, son preguntas retóricas. Los precedentes de esta ley pergeñada a salto de mata, tragando sapos de tamaño de mamuts y, de propina, peleando contra unos jueces que se han propuesto hacerla descarrilar, no invitan a pensar en que habrá la menor pizca de autocrítica.

Una vez más, triunfará la patada a seguir, el digodiego acompañado por argumentaciones impúdicas y, más que probablemente, una nueva contraofensiva de los togados que obligará a repetir en bucle el ceremonial.

La ciudadanía, que ya ni presta atención al espectáculo, seguirá con sus cuitas diarias.