Trece minutos menos un segundo duró el décimo mensaje navideño de Felipe VI. Como escribí a vuelapluma el domingo para las ediciones digitales de las cabeceras del Grupo Noticias, fue de cabo a rabo un canto a la sacrosanta Constitución española. Y, por eso mismo, una muestra estratosférica de falta de empatía hacia sus sufridos súbditos.

Después de apelotonar en un puñetero párrafo los problemas económicos, la calidad de los servicios públicos, la sanidad, la educación, la violencia contra las mujeres y el precio de la vivienda que impide la emancipación de los jóvenes, el tipo, a lo Umbral, nos comunicó que él había venido a hablar de su libro. O sea, la siempre mal llamada Carta Magna. Por supuesto, de un modo tan ambiguo y con frases tan topicudas -”Hay que evitar que el gen de la discordia se instale entre los españoles”, por ejemplo-, que era de carril que recibirían el aplauso de los partidos de orden.

Reacciones de carril

¿Que cuáles son los tales partidos de orden? Pues casi se cae una lagrimita al comprobar que ahí caben las siglas de las derechas extrema y extremísima, pero también las del principal partido del Gobierno español.

Si atienden a las reacciones, que han sido todavía más previsibles que el propio mensaje del hijo del asilado en Abu Dabi, verán que las más favorables, conforme a pronóstico, han sido las de PP, Vox y -oh, sí- PSOE. Las tres formaciones corrieron a hacer suyas las palabras del jefe del Estado, dando por hecho que recogían sus postulados políticos, da igual sobre la ley de amnistía que sobre el bloqueo escandaloso de la renovación del CGPJ.

Ahí está el truco del almendruco de los discursos de nochebuena de cualquiera de los inquilinos del palacio de La Zarzuela, da igual el viejo o el joven Borbón. Se trata de espolvorear ideas aparentemente neutras que den lugar a titulares decididamente partidistas y sesgados, tanto en el ultramonte mediático como en la prensa que hace genuflexiones al partido y al gobierno hoy liderados por Pedro Sánchez.

Es curioso a la par que revelador que, sin embargo, las fuerzas que sostienen el ejecutivo, empezando por el socio principal, Sumar, hayan arrugado el morro ante el blablablá de Felipe VI.