Tarde y mal

– A la una y media de la tarde de ayer, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, compareció para asegurar que el protocolo implantado en su comunidad no incluye la obligatoriedad de que los médicos ofrezcan nuevas pruebas a las mujeres que han solicitado la interrupción voluntaria de su embarazo. Fíjense lo fácil que habría sido decir esto mismo una hora después de que su vicepresidente hubiera anunciado a bombo y platillo que desde ayer los sanitarios debían tratar de disuadir a las mujeres mostrándoles radiografías en color en 4D y haciéndoles escuchar el latido del feto. Ahí se habría acabado la interesada bronca politiquera que nos ha tenido ocupados durante cuatro días y que, pese al tardío recule de Mañueco, tiene toda la pinta de que va a continuar. Debería ser motivo de vergüenza general que se le siga permitiendo a Vox la facultad de marcar la agenda de debates públicos. Mucho más, con una cuestión tan delicada como la decisión de no seguir adelante con una gestación.

Ayuso gana a Sémper

– Lo triste es que prácticamente nadie haya resistido la tentación de chapotear en el barrizal demagógico creado por los abascálidos y alimentado por las terminales mediáticas del ultramonte que siempre se abonan a la baza truculenta con el aborto. Ahí, claro, pillan sistemáticamente en renuncio al PP oficial, para el que la cuestión siempre ha supuesto una incomodidad en la que ha pretendido nadar entre dos aguas, naufragando sin remisión una y otra vez. Esta ocasión se la pintaban calva al presunto espíritu de moderación encarnado por el rutilante fichaje Borja Sémper. Pero manda muchas narices que los despejes a córner del de Irun hayan quedado en evidencia ante la contundencia de Isabel Díaz Ayuso, que no tuvo empacho en poner a caldo a Vox ni en tildar de torpeza el dichoso protocolo.

El 155, ¿en serio?

– En cuanto al Gobierno español, también sobró hiperventilación. Habría bastado el requerimiento al Ejecutivo de Mañueco para que no se le ocurriera poner en marcha las demenciales medidas. Amenazar con la aplicación del artículo 155 de la Constitución fue un exceso que solo nos descubre el mecanismo del sonajero. Esto no iba tanto de derechos como de nutritiva materia para la refriega electoralista. Y es el peor favor que se le puede hacer a la cuestión de fondo. Pero también es el menú degustación de lo que nos viene de cara a la sucesión de citas con las urnas que nos aguardan este año. Aunque sea predicar en el desierto, deberíamos exigir que se deje de jugar con el aborto de una vez.