Doble genocida

– Por si a alguien le cabía alguna duda, Vladímir Putin ha vuelto a dejar claro que es un genocida. O incluso, un doble genocida. No solo está empeñado en acabar con decenas de miles de vidas de la nación que ha invadido. Para lograr su propósito imperialista criminal, no le tiembla el pulso en enviar al matadero a sus propios compatriotas. Después de haber provocado la muerte de incontables jóvenes rusos en lo que él soñó –y muchos creímos que sería así– un paseo militar de unos pocos días, ahora ordena la movilización de 300.000 reservistas. Más carne de cañón para sacrificar a mayor gloria de sus delirios de grandeza. Y todavía se permite la chulería siniestra de aclararnos que se trata de una operación “parcial”, pues los llamados a dejarse la piel por su chalada obcecación son apenas una pequeña parte de los 25 millones de rusos con preparación militar que podrían ser reclutados en caso necesario.

¿Rebelión interna?

– No es mala señal que una de las primeras consecuencias del anuncio del zar esté siendo la huida al extranjero de miles de los afectados por la orden o de los que temen que puedan serlo pronto. También es un signo para la esperanza, incluso mayor, que se hayan convocado movilizaciones de protesta. Habrá que ver, en todo caso, hasta dónde llega la oposición en las calles. En los siete meses que han pasado desde el comienzo de la invasión, las reacciones en contra han sido tan valientes en su carácter como testimoniales en su número. Más allá del poder de la propaganda en un régimen donde solo se difunde el mensaje del sátrapa del Kremlin, es comprensible que los ciudadanos se lo piensen dos veces antes de enfrentarse a un aparato represor despiadado. Pero esta vez ya no es una cuestión de dignidad ni de una improbable solidaridad con los hermanos ucranianos masacrados. El pellejo que está en juego es el de la mayoría de los rusos de entre 25 y 45 años.

Triunfalismo sin base

– Habrá que ver cuál es la respuesta interna. En cuanto a la externa, a los memos contumaces que siguen empeñados en la “diplomacia de precisión”, constato que se van uniendo los cándidos voluntaristas que ven este movimiento de Putin como la prueba de que Ucrania le ha dado la vuelta a la tortilla y está a punto de doblar el brazo del invasor. La mayoría son los mismos que pronosticaron una victoria aplastante e inmediata de los agresores. Ahora se apuntan a un triunfalismo que se apoya más en los deseos que en hechos sólidos. Y, por desgracia, me temo que nos queda mucho horror por contemplar.