En la película Pulp Fiction, una de las escenas que más me gusta es la del señor Lobo. Ante un tremendo marrón en el que están metidos dos de los protagonistas, recurren a este señor encarnado por el genial Harvey Keitel que se presenta así: “Hola, soy el señor Lobo. Soluciono problemas”. Para muchos, hoy, martes de Carnaval, será el último día para disfrazarse. Otros, a menos de 100 días para las elecciones forales y municipales, se vestirán de señor Lobo. Inmersos en una de las crisis que más duro viene pegando a nuestra sociedad, aunque no la notemos en el bolsillo, como es la de la propia democracia, el populismo ha avivado el fuego que ya venía quemando los sistemas democráticos por la corrupción o la desafección social, entre otras razones. Trump en EEUU, Orban en Hungría, Meloni en Italia o Ayuso en Madrid son ejemplos de ello. Pero también tenemos micropopulismos sin irnos tan lejos. Son los señores y las señoras Lobo. Los que dicen representar ellos, y nadie más que ellos, al verdadero pueblo. Los que frente a problemas complejos, fíjate tú, no solo tienen soluciones, sino que además son sencillas, lo que es objetivamente imposible, y por lo tanto, mentira. A quienes les da igual el tema por el que se les cuestione porque la respuesta será que solo con gobernar ellos, como por arte de magia, todo será sol y buen tiempo; que los ricos tienen que pagar más, en una versión del Robin Hood político más vieja que la tos; o que hay que ofrecer a la gente servicios y ayudas de todo tipo, eso sí, sin decir cómo se financiarán o qué otras partidas reducirán. En contextos de tanta incertidumbre, muchos de sus eslóganes son poesía para los oídos cansados y hasta hartos, y con razón, de una forma de hacer política. Finalizada la campaña, esa poesía tendrá que convertirse en prosa, y ahí puede que a más de uno se le vean las costuras del disfraz.