Quien más, quien menos, dedicará algún momento de este cierre del año a hacer balance. Los medios de comunicación nos ayudarán a analizar este 2022 llevando nuestra mirada más allá de nuestra vida. Presiento que la balanza caerá por el lado negativo. Objetivamente, cuestiones como el encarecimiento de nuestros gastos básicos harán más difícil que veamos la botella medio llena. El clima de guerra en pleno continente europeo, los datos que evidencian el cambio climático o la sensación de que todo aquel que alza la voz lo hace para protestar de lo mal que está, son algunos de los brochazos que pintarán de gris este año que finaliza. Si además, eres de los valientes que dedica tiempo a las redes sociales en las que habita y se retroalimenta, preferentemente, el rencor hacia lo diferente y donde un mínimo análisis y compromiso con el diálogo son especies en extinción, tu lienzo aún será más oscuro. Si te sumas a los no pocos que creen que no solo todo está mal, sino que todo irá a peor, es probable que sientas claustrofobia histórica.

Sin tratar de argumentar a la contra con datos positivos e historias de éxito, así como actitudes para la esperanza, que haberlas haylas y para parar un tren, prefiero montarme a lomos de las palabras de Eduardo Galeano: “Hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores”. Porque aunque mucho de lo malo es cierto, y que algunas tendencias no parecen muy halagüeñas, responder a unas y otras comprando un sofá en el catastrofismo es un lujo que no podemos permitirnos. No es necesario remontarse a la prehistoria para ver el potencial del ser humano y su historia de éxito. Solo con preguntarnos qué pensaban nuestros aitonas en plena postguerra de hambre y dictadura, puede que nos percatemos que aquella generación, sin caer en el optimismo barato, sí huyó del histrionismo emocional y apostó por el esfuerzo individual y colectivo.