en pocos días, el tablero político en Euskadi se ha visto sacudido como consecuencia de los ceses de una gerente y una directora médica por parte de la Consejería de Salud. Algo así no pasaría de ser casi anecdótico si no fuera porque hablamos de Osakidetza, la joya de la corona. Terreno político propicio para meter el miedo a la gente y hablar sin despeinarse del desmantelamiento del sistema vasco de salud. Los jefes de servicio que lideran la protesta literalmente subrayan que “esta no es una lucha política, sino un problema de gestión sanitaria”, entiendo que de la sanidad pública y no de la privada, en la que algunos de ellos también ejercen. Puede que ellos lo sientan así, pero contrariamente, lo que se ha abierto es una batalla política de primer nivel. La oposición ya lo intentó con las acusaciones al consejero Darpón sobre las que, finalmente, los tribunales no hallaron irregularidad. Más tarde, se usó hasta la misma pandemia aunque con escaso rédito electoral. Esta vez, la consejería se la ha puesto botando. Y es que una de las habilidades a manejar por el gobernante es la de promover cambios donde deben hacerse, pero protegiendo, al mismo tiempo, lo que debe ser protegido. Más allá de la necesidad de los objetivos que se persiguen, el primer resultado ha sido la generación de un clima de alta incertidumbre sobre el presente y el futuro del gigante sanitario, especialmente en Gipuzkoa. La partida política va mucho más allá de la OSI Donostialdea y hasta de Osakidetza. Para ganar a tu oponente político, más si es de la envergadura del PNV, no vale solo con jugar a pequeña y atacar sus puntos débiles. Hay que pegar sobre sus puntos fuertes para dar con la pared maestra que, una vez derribada, dé acceso al poder. Estamos ante una nueva partida y el objetivo político central está claro. Esta vez sí, tratar de tirar la pared maestra.